SUPERHÉROES
- Javier Figuero
- 16 may 2016
- 1 Min. de lectura
Un niño que busca entretenimiento me pregunta por mi superhéroe favorito. La respuesta le desilusiona: Ulises. No tiene referencias y me muestra sus cromos para tratar de convencerme. No me resigno e intento llevar a su vocabulario algunos de los episodios de la Odisea. Gano la batalla (no la guerra, desde luego) y mi amiguito cree de pronto ser Ulises. Confieso que me molesta, porque para entonces yo no quiero creerme otra cosa. Como era de esperar, todo acaba en decepción; es la distancia entre el deseo infinito y la facultad finita. Mi pequeño interlocutor se toma el cola-cao y se va a la cama pensando que mañana tendrá que ir al colegio. Yo me tomo un gintonic con sus padres y hago lo propio sin saber qué haré mañana. Los dos estamos fastidiados, es lo que tiene jugar a los superhéroes.

En momentos que supuse de melancolía, una sugestiva provocadora me preguntó aquí "si, a mi entender, los mediterráneos llevamos con nosotros el germen de la tragedia". Tenía la respuesta pendiente, porque "la provocación necesita del receptor que la perciba, al que estimule", y no quiero dejar pasar el tiempo para significarme. Mi opinión: Creo que sí; los antiguos griegos nos acostumbraron mal. Nos hablaron de épica y somos solo lo que somos.
En fin, si a la inteligente provocadora no le sirve la parábola, conviene al menos advertir a los educadores sobre la influencia de los superhéroes en los niños. Podrían acabar siguiendo por las tardes los programas de Tele 5
© Javier Figuero
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