LA PRIMAVERA
- Javier Figuero
- 17 mar 2018
- 1 Min. de lectura
No habrán de ser la pena o la codicia
portadores del gesto en el momento
de la muerte. Aceptaré su caricia
escondida tras ese suave viento,
elixir del aroma de las flores
en la estación del gozo y los amores.
No presagio ni fechas ni guarismos,
desasistido vivo de tales ornamentos.
Las horas y los años se me antojan los mismos,
veloces pasan, mas parecen lentos.
Antes que aquí, en el cielo,
que es nada, a la nada le cedo el desconsuelo.
Ya estoy libre de toda pesadumbre,
no hay proyecto vital que no reste inconcluso,
llama rebelde que no apague su lumbre,
paraíso aplazado que no muestre el abuso.
Nunca hasta ahora he sido tan sincero,
pues ya no es lo que quise, lo que quiero.
Sé lo que habré de ser cuando seré reposo,
sementera de estiércol, polvo ígneo,
calma de eternidad, fondo del foso,
ofrenda sin testigo y sin designio.
Pero mi espíritu, rendido a su pureza,
tentará, finalmente, la Belleza.
No olvides el encargo que te hago,
postrera compañera en el camino
de la vida. Mi pulso se hará vago
en tu presencia y rechazaré el vino
que me ofrezcas, el tacto de tu pecho
y el calor de tu lecho.
Y, cuando la muerte me burle con su treta,
cierra mis ojos y esparce mis cenizas
sobre la tumba de Simonetta
Cattaneo en Florencia. Mientras tú aromatizas,
Botticelli, con naranjos y laureles, toda la pradera.
Pues lo que cuento habrá de suceder en Primavera.
© Javier Figuero
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Foto: © teomoreno.com
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