LA ETERNIDAD
- Javier Figuero
- 16 ene 2017
- 1 Min. de lectura
Tras los bosques de secuoyas y olivos, me asomo en Lesbos a los acantilados de tiza blanca de Léucade, donde saltaste al mar para morir, como hacían de antiguo enamorados no correspondidos.
Cariño, estas flores son para ti con mi rezo de siempre por las fechas: “¡Oh Safo, décima musa, asístela en la Casa de las servidoras! ¡Oh Artemisa, guarda su virginidad con la tuya propia!”.
Como cada año, renuevo mi promesa de ascender un día al chateau de Nice, para dirigir las miradas a los Alpes cercanos, los tejados modernistas y el mar que pensamos como tumba. Y de bajar para cruzar la Promenade y ganar la playa:
“Divina muchacha”, permita que le cante la canción con que ella y yo nos engañábamos: "Et nous ferons de chaque jour toute une éternité d’amour"... Moustaki... Sí, ya sé, usted es joven para relacionarlo… Espero no importunarle con mis cosas”…
Y seguiré mi camino hacia las aguas. Como los personajes del cortometraje de Polanski, Incapaces de soportar el peso de un armario que no les permiten abandonar en tierra firme.
Y el amor que no gozamos en vida, será eternidad en el Mediterráneo, donde sé que me esperas.
© Javier Figuero.
Foto: © del autor

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