PECCATA MINUTA

No acostumbro a inmiscuirme en asuntos de otras naciones y, si molestara al Foreign Office con el escrito, anticipo que mi consideración es moral, sin que busque influir en el curso de la Historia de Gran Bretaña. Hidalgo como soy por castellano viejo, jamás encizañaría en realidades ajenas para sacar tajada, como han hecho los ingleses desde que la Guerra de las Rosas les dio naturaleza, allá por el medievo. Definido por donde lo he hecho, guardo, eso sí, una inquina ancestral contra ellos, que no dejaron de jodernos a los españoles con bulos y acciones arteras a lo largo de los siglos, de modo que todavía respiro por la herida de Gibraltar y hasta de las Malvinas, esto por solidaridad con Argentina, una hermana: “English, go home”, ¡qué coño!.. Pero no sería un caballero si no dijera las cosas como son: sus crisis de Estado son mis satisfacciones; sus desprestigios, mis facturas, aunque no a consta de cuestionar la idiosincrasia. Por eso hago pesar mi reconocida influencia internacional ante la caza al hombre perpetrada en Inglaterra contra el primer ministro Boris Johnson por organizar fiestas en su residencia oficial de Downing Street, mientras sometía a sus gobernados a restricciones por la pandemia y lloraba su reina al consorte, duque de Edimburgo. Y es que un dato resalta la integridad del político tory, esa bestia que lideró el brexit contra toda lógica. “Traeros vuestra botella”, exigió en las invitaciones a los implicados. Johnson podrá ser un degenerado, pero vive sus juergas sin quebranto del Estado. Todo un ejemplo; recuérdese aquel socialista andaluz que pasaba los gastos en whiskies y putas a su administración. En suma, peccata minuta. Y es que hay que poner coto a la exigencia desmedida de la ciudadanía. De otra manera, podríamos hasta llegar a pedir explicaciones a cualquier jefe de Gobierno por utilizar el avión oficial para ir a la boda de su cuñado. No, yo no quiero para mi país una sociedad intransigente.

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