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DE CÓMO PERDÍ LA FORTUNA Y DE SUS TERRIBLES CONSECUENCIAS

A 35 € en avión de San Francisco está Las Vegas. Cuando nos acercábamos estuve a punta de decirle al piloto: "Qué horror! De usted la vuelta", como le dijo el poeta Verlaine al taxista que le llevaba en su día a ver la Tour Eiffel, entonces en construcción. No lo hice, siempre tuve ganas de visitar el lugar. Me gusta el juego. O su estética. Ganar no es imprescindible.


Mucho antes, yo gané una cantidad suficiente en dos casinos: en Katmandu, durante un viaje fin de carrera de Periodismo (mi amigo desde entonces y de Facebook Raúl Santidrian era uno de los compañeros), pero la moneda no tenía convertibilidad y con el premio comieron esa noche arroz los niños con que me crucé en la calle. La siguiente vez fue en Panamá, donde estaba con un equipo de TVE para entrevistar a Omar Torrijos, el fundador de su modernidad. El botín me sirvió para pasar un par de semanas en Contadora, donde transcurría el exilio del Sha de Persia.


Pero, antes que el juego (apenas soy un aficionadillo), me gusta su estética, su proyección literaria. En viajes particulares o profesionales he buscado la estela de los creadores de sus mejores ambientes: de Dostoievski en Baden Baden, de Graham Greene en Antibes, de Pushkin en Moscú o de Zweig en Montecarlo. Por cierto, en el casino de esta ciudad tuve el placer de presentar un libro en años en que frecuentaba Niza. Fue como seguir mi propia estela, apasionante.


En fin, con todo ese background, cuando me aproximaba a Las Vegas estaba seguro de que la suerte me iba a sonreír. Pero no, tenía que haberle dicho al piloto que diera la vuelta cerca de "la ciudad del juego", como hizo Verlaine en París con aquel taxista. Aunque puede que haya sido cosa de las mafias. Porque no seré yo quien diga que en el juego ganar no es imprescindible. Ya no tiene remedio. He perdido el presupuesto de gintonics para lo que queda de mes. Por fortuna, mi compañera los toma sin gin. Y luego están los bondadosos amigos, estas cosas acaban por saberse. Qué otras razones podría tener yo para contar aquí mis desgracias?


© Javier Figuero.




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