CONFESIÓN
- Javier Figuero
- 31 may 2016
- 1 Min. de lectura
Sucedió así la albura que quedó descubierta con la llama tintineante. Y el nombre hube de la dama prendido de la blanca confitura.
Cuando el cálido resto de la noche vencía los rescoldos de la distancia gélida, la obra del extinto pastelero fluyó en dulce caudal hasta las telas
con que el sueño hace mesa.
Como un hambriento colegial goloso, diez yemas de diez dedos hundía en el frondoso espacio de la nata. Hasta que tiesa
la mano edulcorada dispuse entre los labios chupadores y al deleite me excedí con saña, permitiendo a la lengua la rebaña y los resabios y números mas zafios.
Sucedió así que, alocada, la boca se entregaba a los deleites, sin apreciar que los dulces eran los afeites de la cripta florida de mi amada.
© Javier Figuero
Foto: © Adán Pucel
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