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COMO ENAMORAR A ANASTASIA

Me interesó en la red y enseguida Intuí que la provocación acabaría con ese distanciamiento que interpretaba en las imágenes que me llegaban de ella. A partir de ahí, lo fiaría todo a la palabra, y la mía no la tengo por torpe. Una mujer cultivada, cultivo de otras experiencias donde seguramente se hizo, deshizo y se rehízo, deja resquicios a la caricia, quizá como sonrisa o conversación sencillamente.

El material con el que contaba refería a una mujer profesional con desenvoltura social, de estudiada informalidad en su vestimenta, siempre armonizada por la voluntad de estilo. En los primeros planos mostraba una belleza serena, adornada por leves suspiros de tristeza. Y contaban sus entregas escritas, pergeñadas con textos de autores que admiraba, donde evidenciaba imaginación en el buen gusto de elegir. Por aquello, los hombres que cercaban sus apariciones le dedicaban adjetivos halagadores, que yo encontraba tópicos. Por esto, alababan los mismos su sensibilidad, y yo les veía inconsistentes. Sí, vivía influido por una competitividad injustificable.

Harto ya de ser espectador, un día descalifiqué con autosuficiencia a una de esas creadoras que tenía por favorita y, tal como esperaba, respondió enojada, rechazando en apariencia cualquier aproximación que yo pudiera alentar. Es decir, que la provocación daba resultado; Anastasia había caído en la trampa. Fiado al efecto de mi palabra, enseguida me empleé en un humilde ejercicio de sutil seducción que no podía rechazar, pero que eludía el requiebro evidente, para eso ya estaban sus galanteadores. Y, sin embargo, pese al rigor científico de mi método, cometí un error imperdonable que no podré reparar. Porque se trataba de insinuar mi interés sin hacerlo evidente, como si evolucionará con la cadencia de nuestras esporádicas comunicaciones. Ideé así una frase irresistible, auténtica ganzúa para penetrar los resquicios que una mujer como ella mantiene abiertos para ser completada, más allá de sus experiencias anteriores. Pero, lejos de hacerme responsable de mi propia genialidad, atribuí la frase a un prestigioso poeta francés de otro siglo, pues, si admiraba a los grandes creadores, me admiraría también por mi elección y el chic de lo francés es una carta segura si se sabe jugar. Yo no supe hacerlo y Anastasia me contestó así: "Si la frase que me dedicás fuera propia, me enamoraría ahora mismo de vos".

He intentado rectificar la autoría, pero no he sido capaz de convencerla. Sé que busca ahora por las librerías de su bella ciudad de Buenos Aires las ediciones en curso de las obras del prestigioso poeta francés, sin despreciar irrelevantes opúsculos y recortes antiguos de prensa que lo aludan. Se ha enamorado perdidamente de él y le lee vestida de novia. Pero en fechas señaladas me manda un beso que a mí me sabe a gloria.


© Javier Figuero


Foto: © Adán Pucel


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