LA BODA
- Javier Figuero
- 16 nov 2016
- 2 Min. de lectura
Marta y Rodrigo cruzaron por primera vez sus miradas veintitrés minutos antes de casarse, quizá algunos segundos más. Sucedió en el Registro Civil, donde aquella esperaba a su prometido para contraer matrimonio y él a una pareja de amigos juramentados a lo mismo. Los acompañantes de Marta trataban para entonces de calmarla, pues iban para cincuenta y dos los minutos de retraso del contrayente, quizá algunos segundos más, y el ujier del juzgado se negaba a seguir retrasando la vista. Entraban en tiempo límite y al juez le importunaban las demoras. La joven era un manojo de nervios; de rabia, mejor. “¡Cómo iba yo a pensar que el cabrón de Julián pudiera hacerme esto!”, desahogó a voz en grito para sorpresa de los presentes.
Al otro lado de la sala, Rodrigo le brindó atención y por primera vez se cruzaron sus miradas. Mereció la pena: melena rubia sobre chaqueta añil a la cintura de un entallado vestido negro; como sus medias, rematadas en zapatos añil de tacón alto. Marta tampoco le encontró pegas: Alto, agraciado; vestía con estudiado desaliño, a la moda masculina de los días. "¿Te quieres casar conmigo?”, le preguntó Marta haciéndose oír por todos y tras cruzar la sala para llegar hasta él. Y Rodrigo respondió: “Si quiero”. Lo que agradó al ujier que habló con el secretario del juzgado para pergeñar las modificaciones formales a que daba lugar la decisión. Por fortuna, y aunque parezca mentira, además del carnet de identidad, llevaba el nuevo contrayente su partida de nacimiento en un bolsillo. Y eso porque, en cierta ocasión que peleó en la calle con unos chorizos, le insultaron llamándole “aborto”, y no estaba dispuesto a que se pusiera de nuevo en duda su condición de persona. En veintitrés minutos, quizá algunos segundos más, Marta y Rodrigo eran marido y mujer.
Los esposos salieron a la calle rodeados por la curiosidad general. Hasta el juez, el secretario del juzgado y el ujier les lanzaron puñaditos de arroz. Y en ese punto estaba la juerga cuando Julián, el que fuera prometido de Marta, hizo su aparición, por cierto con la lengua fuera, signo de que había tratado de limitar el retraso. Tardó unos instantes en comprender la situación. Pero, cuando lo hizo, solo acertó a explicar a quien quiso oírle que la Línea 1 del Metro de Madrid llevaba toda la mañana clausurada por obras. "¡Y sin avisar!”, lamentó el pobre...
© Javier Figuero
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