ELOGIÓ DE LA SOLEDAD
- Javier Figuero
- 1 dic 2016
- 2 Min. de lectura
Pese al frío otoñal, la mañana soleada invitaba a vagar por la ciudad e inicié una ruta con la mejor disposición. Despistado como soy, me sorprendí acompañado ante el escaparate de una elegante zapatería cuando unas botas de piel italiana atrajeron hasta allí mi atención. Reflejados tenuemente en la vidriera, aprecié mi silueta confundida con la de un hombre de igual edad y apariencia, que no acerté a identificar. Incomodado por el descubrimiento, invoque un firme deseo de soledad y, convencido de que el tipo reparaba en el mismo artículo, me eché a correr para plantarlo, pero él reaccionó con presteza y se mantuvo pegado a mí en la carrera, de modo que decidí parar y continuar la caminata como si nada.
Aprovechando un cruce muy transitado, intenté darle esquinazo, pero las cosas sucedieron del modo narrado. Entré en un supermercado cercano y el compañero me siguió. Me detuve en la galería de los yogures y, cuando le creí interesado en los de mango, me tiré al suelo para reptar hasta la de productos de limpieza del hogar. Me creerán si les digo que el otro hizo lo propio. Con los nervios rotos y ya en el exterior, logré alcanzar una cervecería y, desde la barra, pedí una caña y un pincho de bonito, pepinillo y aceituna con pipirrana. El hombre se acomodó a mi lado y bebió y comió de mis pertrechos, como si le pertenecieran.
Ya no cabía en mí, se me relajaron los esfínteres y me fui al lavabo. Miccionaba dentro de una cabina y el tipo hizo ademán de entrar, pero era estrecha para dos cuerpos y se metió en una adyacente. Era mi oportunidad, salí de las dependencias y le cerré con llave por el exterior. Con el móvil llamé a la policía. En menos de lo que cuesta decirlo se presentaron un par de agentes que levantaron el encierro del acosador para esposarlo a continuación. Cuando le conducían al coche celular, le vi por primera vez de espaldas, donde le nacían dos alas de inmaculada blancura. Era mi Ángel de la Guarda, pero hasta entonces ni tan siquiera se había presentado. Y es lo que yo digo, para andar con seres sin educación, se vive mejor solo. Por cierto, el aperitivo corrió enteramente de mi cuenta
©Javier Figuero
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