PARA AMAR A ANASTASIA
- Javier Figuero
- 13 ene 2017
- 3 Min. de lectura
Anastasia me pidió que fuese a dar una conferencia en la universidad de Buenos Aires a la que se vincula, pero yo no daba con la materia a desarrollar. “El periodismo ante la revolución tecnológica, periodismo y creación literaria, la poesía en el mundo on line…”, improvisó ella para afianzar mi confianza, mientras se excedía en ponderar mis saberes. “No sé, no sé…”, contesté dubitativo y modesto. Y, como no acabábamos de encontrarnos, nos pusimos, un día más, a discutir sobre la actualidad política argentina, eterna confrontación entre el justicialismo o sus corrientes y la tecnocracia oportunista. Discusión a cara de perro, porque Anastasia acababa remontando el enfrentamiento a la colonización histórica del país, culpable todavía a su juicio de la practicada allí hoy por las grandes empresas occidentales, incluidas las de España, y con ayuda de los organismos internacionales. “Los españoles”, decía Anastasía, se llevaron nuestro oro, mataron y torturaron a la población indígena…”. “¡Esos serían tus abuelitos”, exclamé muy jodido, “los míos siguieron en sus pueblos criando cerdos y comiéndose las cebollas que plantaban!”. “ Y cogieron a cuantas mujeres encontraban en el camino para generar una sociedad de ocupación!”, reaccionó ella de un tirón. “¿Cogieron?”, pregunté incrédulo... Se echo a reír: “¿Olvidaste que ‘coger’ para nosotros es lo que ustedes llaman ‘follar’?..”. “No sé”, relativicé, “ten en cuenta que uno es de Valladolid. Incluso en momentos como ese, hago lo posible por mantener la pureza del castellano…”.
Tardé un par de días en comunicarme con Anastasia. Mira, le dije, he pensado que mi conferencia podía llevar este título: “Historia de la Argentina contada por un gaita” (superado el apodo de ‘gallego’, así nos llaman allá ahora a los españoles). Se echo a reír. “Dame un anticipo”, exigió. "Bien”, respondí solícito: “Primera lección: los conquistadores españoles fueron unos hijos de puta. Se llevaron el oro, torturaron y mataron a los indígenas, que fue, por cierto, lo que siguieron haciendo los argentinos independizados hasta desposeerles por completo de lo suyo. Segunda lección: El colonialismo económico que sufre hoy tu país es consecuencia de aquel de los españoles. Tercera lección: Tras dos siglos de independencia, ¿cuándo coño van a decidir los argentinos que la responsabilidad de su situación, buena o mala, es enteramente suya?". “Eso es una boutade”, me espetó, yo era de Valladolid y los porteños siempre han creído ser los parisienses de América. “Me bastarán cinco minutos para concluir la conferencia”, dije, aunque concedí: “El resto del tiempo, respondería las preguntas de los asistentes”. “¡No te aseguro el éxito!”, sentenció mi interlocutora.
Siempre me encantó Buenos Aires y, en ese día de primavera que me acogió de nuevo, la ciudad estaba tan bella como Anastasia y ambas tanto como las memorizaba. Me llevó en su coche a la facultad, no andaban sobrados de presupuesto y solo pasaría allí una noche. Mi intervención duró algo menos de 5 minutos, tampoco se trataba de presumir. Luego se abrió el debate. Los intervinientes me trataron de boludo, gallego y, naturalmente, gaita. Lo peor fue cuando uno entró en el terreno más íntimo que pueda tener un hombre y exigió que me definiera entre Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Viendo que la cosa se ponía mal, le pasé una nota a Anastasia, sentada en la primera fila de la sala: “Cógeme en tu coche a la salida”. Corrí entre abucheos para ganar la calle donde ella esperaba según mis indicaciones. “¡Pero qué te pasa che!", me dijo. “¡'Cogeme', me pedís... ¡Esto es una Universidad, no el campo abierto donde tus antepasados perpetraban sus felonías!”. “¡Tu también!”, lamenté compungido, mientras trataba de contener la sangre que me caía por la frente, consecuencia del golpe que me propinará un asistente a la conferencia con una bombilla de mate lanzada con acierto. “¡Si a mí el fútbol me importa una higa", sinceré con los nervios a flor del hematoma. "Dale...", me mimó Anastasia, “vamos a tu hotel y me repetís al oído esa teoría tuya sobre la historia de Argentina”.
¿Qué puedo agregar?: Sí, que Messi es el mejor futbolista del mundo.
© Javier Figuero.
Foto: cesión de Anastasia Beunza

Comentarios