AMOR PRIMERIZO
- Javier Figuero
- 19 ene 2017
- 2 Min. de lectura
Provocado por el recuerdo de Cathy, un amor primerizo, los tres últimos días los he pasado excavando en una playa española del Mediterráneo. Buscaba el testimonio de nuestra exaltación, que antaño decidimos imperecedera: el preservativo con que protegimos la pasión antes de enterrarlo en la arena. Esto bajo coordenadas precisas que tenían que ver con nuestros nombres, de modo que la nemotecnia nos protegería a su vez del olvido. Carecíamos entonces de posibles para dignificarlo en un cofrecillo de plata y, devolver el testimonio del encuentro a la sociedad, se me antojaba ahora una página en la Historia del Arte por escribir, como lo fueron antes los fetiches de los amores de Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta o Alejandro Magno y Hefestión. Todo por el arte. Había llegado el momento de la gran ofrenda.
Como, tras la vulgarización del amor, nativos, veraneantes y domingueros tienen las playas por su mejor lecho o su peor basurero, decidí asegurar el hallazgo. Así, mucho antes de pasar a la acción, me propuse localizar a Cathy, a fin de que me precisara los datos necesarios para culminar con éxito mi aventura arqueológica, al tiempo que me disciplinaba en la materia con un tutorial que pirateé en Internet. Eran ya varias décadas sin saber el uno del otro, pues de tal modo es el devenir individual, pero, tras la invención de Facebook, nada parece imposible. “¡Me emocionas... han pasado tantos años!", exclamó Cathy al otro lado del Messenger, para sugerir enseguida: “Deberíamos volver a aquella playa…” “Aunque, si no te importa”, precisó todavía ensimismada, “utilizaría ahora el bañador de una sola pieza. El tiempo es implacable”. “Sí”, concedí. “Yo iré con un traje holgado de neopreno. El tiempo es implacable”.
Tras el hallazgo, hoy he mandado el preservativo al laboratorio. Ahí está el ADN de Cathy, pero el mío no se corresponde con el acompañante. Ha sido un golpe muy duro para mí. Mi amor primerizo se cimentaba en una mentira y nada tiene así de extraño que las cosas me hayan ido como me han ido. “Recuerda que bebiste un peppermint frappe, me dice cuando comunico de nuevo con ella. “Fuiste demasiado lejos y fui incapaz de retroceder cuando caíste dormido... Pasaron por allí un par de hombres vestidos de verde…”. “Serían de la Benemérita”, interrumpí yo sin querer saber del todo. “Su labor en las costas es incansable. Las pateras pueden llegar a cualquier hora del día o de la noche”... Y todavía agregué sin convencimiento: “Sí, deberíamos volver a aquella playa. Tú con el bañador de una sola pieza y yo con el traje holgado de neopreno… Y que pase lo que tenga que pasar…”.
“¡Amor!”, susurró Cathy…
© Javier Figuero.
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