LA PARCELA
- Javier Figuero
- 30 ene 2017
- 2 Min. de lectura
Me he comprado un buen trozo de hielo en la península Antártica. La vista es maravillosa y tengo unos vecinos muy majos que el pasado viernes organizaron una barbacoa de foca cangrejera al aire libre. Para primavera podrán empezar a construirme la casa en un ventisquero encantador, descubierto por eso que llamábamos "el cambio climático" antes de que Trump llegara a la presidencia de EEUU y que hoy sabemos que era un cuento chino. A mí ya no me la dan, he dejado de estudiar chino.
Pronto seré otro hombre con hábitos saludables. En la primera ingesta del día me regalaré una gamba gigante, es hora de meterle proteínas al cuerpo. A mediodía, un filete de ballena vuelta y vuelta con guarnición de lirios de mar y chanquetes sin hematíes. Con las sobras, ropa vieja, que por las noches no conviene cargar. Y, entre comidas, mucho golf. Hay siete campos de ocio diseñados en torno a la urbanización y los promotores aseguran que, en cuanto acaben el muro en la frontera norte de México, se meten allí para terminarlos en un pis pas.
Las tuneladoras han comenzado las carreteras sin esperar el fin del deshielo y la red de trenes de alta velocidad avanza a la que corresponde. En la Antártida no existen árboles ni obsesos del patrimonio histórico o prehistórico y se puede poner el hormigón donde le salga de las narices a los familiares del mandatario norteamericano. Hay cosas que no están hechas para aficionados.
Es un proyecto grandioso que habrá que abordar con decisión, porque llega un momento en que o los pingüinos o tu, no hay más. Y, si enseñamos a fumar a aquellos, el agujero de la capa de ozono estaría a favor y podrían empezar a parcelar antes. Yo me he puesto a ello y, contra lo que pudiera imaginarse, los pingüinos son animales muy capaces. Tampoco Donald parecía otra cosa que un pato y ahora se ha salido de la historieta. Con voluntad y respeto, todos podemos entendernos y encontrar nuestro papel en el mundo.
© Javier Figuero.
Comments