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DE MIS FETICHES

Un amigo de adolescencia se decía dispuesto a sacrificar un brazo por yacer una vez con Ann Margret, corta como actriz y larga de atractivo. Yo no hubiera llegado a tanto por Ava Gardner, mi replica de esos años; intuía que, ante ciertas mujeres, conviene tener dos brazos, como mínimo. Ya universitario, viví cerca del restaurante La Bola, que la diva frecuentara en Madrid, cuyos dueños me excitaban con sus noches extremas de vinos y romances. Pero yo les seguía con desgana, porque a las divas hay que soñarlas. Había aprendido a amarlas frente a las pantallas de los cines de barrio y descubierto que las noches eran más plácidas si las evocaba antes de dormir. Entre ellas y yo había un terreno ignoto llamado deseo cedido a la imaginación.


En mayo pasado coincidí en un restaurante de Los Ángeles, EEUU, con Gwyneth Paltrow, la delicada protagonista de Shakespeare in love. Musa del bardo, me había vuelto a deslumbrar poco antes al saber que dormía con un consolador personal de oro de 24 quilates valorado en 15.000 euros, inversión que relame (creo que es la palabra) a Christie’s, pues el valor añadido del uso disparará un día su precio.

Cuestionado ya su dulce estereotipo y espoleado por el casual encuentro, sigo ocasionalmente ahora su web oficial, muy apreciada por la hight class de EEUU en busca de una sexualidad "sana". La actriz entrena su vagina en el exclusivo Tikkun Holistic Spa de Los Ángeles y se lleva a casa deberes para que no se le relaje el músculo de Kegel, que todos sabemos de su importancia en el asunto. Lo tiene tanto aprecio, que orina de pie en la ducha para tonificarlo y lo seca con papel higiénico de a 900 euros el rollo. Entre gastos de belleza, lencería, ropa de cama, sex dust para mantener el deseo y otras menudencias, el costo de sus orgasmos que manejan los expertos resulta escandaloso. Lo reservo para no deprimirme.

Tenía confianza en Mariano Rajoy, pero no es mi perfil el que prefirió para el sillón de España en el Banco Mundial, 18.000 euros al mes que me hubieran dado alas. Hoy Gwyneth es una nueva frustración. Tras saber que únicamente se cubría por las noches con unas gotas de Chanel nº 5, de adolescente soñé también con Marilyn Monroe, sin desmerecer por ello a la Gardner, porque a esa edad se puede con más de un mito. Y ahora, que esto de la fragancia sería un dispendio asumible, se me ponen los fetiches por las nubes.


No sé, quizá en Bolliwood haya actrices de reparto más apañadas que la Paltrow. Pasó la época, pero las mujeres que aparecen en la gran pantalla me pirrian todavía. Empiezo a pensar que esto ya no tiene remedio.

(P.D.: Hace un par de días me encontré con el amigo de la adolescencia que quería yacer con Ann Margret. Tenía las dos manos. Hay gente que no tiene suerte en la vida)

© Javier Figuero

Foto: © Adán Pucel

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