SOBRE MI ELEGANCIA
- Javier Figuero
- 25 jun 2017
- 4 Min. de lectura
Aconteció en el último cumpleaños de la duquesa de Cambridge. Amigos la mayoría de invitados, en la cena de celebración, noté que una buena parte de ellos me hacían el vacío. Que te saludo, eso sí, pero que, por favor, excúsame porque tengo que decirle no sé qué a la baronesa tal o al primer ministro de no sé dónde… William y Kate me hicieron algunas carantoñas, pero llegué a sentirme incómodo, mas decidí que la razón pudiera ser histórica: la nueva situación de Gibraltar en la Unión Europea, los triunfos internacionales del Real Madrid, qué sé yo, los ingleses nunca pasan página a las afrentas… Me preocupó más que el hecho se repitiera en la ceremonia de entrega de los Oscar de Hollywood, en las grandes citas hípicas de Ascot, la Fiestas de la Rosa en Montecarlo, la cena anual de Porcelanosa presidida por el príncipe Carlos o hasta las cacerías del emérito monarca español y los escogidos saraos de Ibiza. Íntimos desde la infancia, todo se hizo violento para mi con el comportamiento de los convocados. Con una pena incapacitadora, no exagero si digo que pensé en el suicidio. Cuando a uno intentan expulsarlo de su tribu, cualquier solución, por drástica que sea, se hace tolerable.
Pero no me rendí, no soy de los que levanta los brazos en la dificultad. Con ellos en posición natural, analicé el problema. ¿Olor corporal?.. Para nada. A más de utilizar las mejores colonias para hombres del mercado, todas las mujeres que me han olido de cerca, aún después de hacerme sudar, me han dicho que “huelo a Gloria”. ¿El aliento?.. No, no, néctar puro. ¿Los pies?.. ¡Qué tontería! ¡Ya quisieran la hierbabuena y la jacaranda!.. ¿La conversación?.. Fluida, inteligente, incisiva, una delicia: en esas ocasiones, yo hice los mejores chistes sobre las orejas del eterno heredero inglés, el rey que cazaba elefantes o los amoríos de los Grimaldi… ¿Entonces?..
Entonces tuve una idea luminosa y me fui a París a ver a mi amigo John Galliano. “Mira, John, esto pasa”, le expuse… Confieso que le encontré un tanto receloso. Ve judíos por todas partes y, como todos los que sugieren frutas, sospecho que mi apellido pudiera ser motivo de confusión, por más que a limpieza de sangre me la juegue con cualquiera. Por fortuna, estaba recién levantado y fresco como una lechuga, bastante tuvo que penar con sus alucinaciones. Para no seguir penando, le confesé mi problema. Y después de recorrer mi cuerpo con sus ojos analíticos, los fijó en los míos para conminarme: “Pareces más antiguo que el templo de Jerusalén”… “¡Joder, John!”, dije, “si lo sé no vengo”…
Aunque su tiempo vuelve a ser oro tras el castigo que le impuso la mafia de la alta costura por sus salidas de tiesto, me enseñó unas fotos reveladoras. Luego dio un par de palmadas y empezaron a circular los modelos de uno y otro sexo. “¿Aprecias algo común en ellos?”, inquirió… “No sé”, dudé… John sonrió con esa sonrisa mefistofélica que tiñe todo lo suyo de sabiduría. Entonces me vine arriba, porque la suficiencia me molesta. “¡Ya está!”, dije, “todos lucen ropajes deteriorados, rotos incluso”… “¡Es la moda harapienta”, sentenció, “y tu te empeñas en llevar ropas de Givenchy, como si no estuviera pasando nada en el mundo”… John cogió las tijeras y rajó mi ropa de Givenchy por donde le vino en gana. Luego me arrastró ante el espejo. Me vi mucho más guapo, para qué lo voy a negar. Pero John guarda siempre una sorpresa. “Y, sin embargo, la moda es un dragón que todo lo devora”, soltó enfático… “¡Joder, tío!, ¿en qué quedamos?”… Me dio un abrazo: “Preparo una nueva colección. No puedo adelantarte nada”, soltó de nuevo en su mejor versión mefistofélica… La suerte hizo que le llamaran por teléfono, una llamada ineludible. Para mi que era la esposa de Macron, el presidente de la República Francesa. Se alejó para proteger su intimidad y aproveché para cotillear en sus cuadernos. Fue una revelación. Cuando regresó le di un abrazo entrañable. “Espero que nos veamos más a menudo”, dijo… Casi se nos saltan las lágrimas a ambos.
Ayer he asistido a una fiesta con la flor y nata del mundo: aristócratas, artistas, intelectuales, políticos. Me agasajaron de tal modo que apenas pude dar un paso sin sentir su asedio. Las mujeres más hermosas me pedían cita para cuando dispusiera y los hombres se morían de envidia al verlo y glosaban mi inteligencia para “establecer tendencia”, que es como se dice ahora, mientras los reporteros tomaban fotos para enviarlas a las grandes agencias del mundo y la directora de Vogue alzaba la voz para decir señalándome: “He aquí el nuevo árbitro de la elegancia”…
La idea era buena, no pecaré de modestia, pero yo no esperaba tanto, la verdad. Verán, acudí a la recepción sencillamente en pelotas. Eso sí, con un cuchillo bien afilado, me había dado en casa unos cuando cortes a capricho en mi cuerpo, por donde sangraba con abundancia y gracia. Yo estas cosas las hago muy bien.
Cuando el impacto social llegó a oídos de Galliano, tardo en llamarme menos de lo que se tarda en dar una puntada con la aguja de coser. Le había “jodido su pase para la próxima Semana de la Moda de París”. Y luego concluyó compungido: “Eso no se le hace a un amigo”…
© Javier Figuero facebook.com/javier.figuero.autor/ Foto: Adán Pucel
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