ANDALUCES DE JAÉN

Resulta emocionante comprobar que es posible la fusión de pueblos por encima de sus orígenes, la de amos y esclavos, la concordia entre humillados y ofensores. Es la victoria del independentismo catalán y, a falta de reconocimiento del mundo libre con que soñó, le doy el mío para que nada les falte: charnegos y burguesía con pureza de sangre echaron el viernes 27 de octubre del 2017 “mano de la hoz (o era del cava)/ en defensa de la tierra”, como exigía Els Segadors, himno de la anecdótica República Catalana que conviene, por ello, fechar con exactitud.

Pervertida su memoria, el soberanismo catalán ha sabido convocar a numerosos charnegos, emigrantes en su día desde otras regiones de España y a sus aún vergonzantes descendientes a una aventura que de prosperar les dejaría ante ellos más solos que nunca. En una breve y oportuna intervención en defensa del Estado de Derecho, Susana Díez, presidenta de la Junta de Andalucía, expresaba su apoyo a la emigración de su región a Cataluña, cuando en buena parte, como la de Murcia, Extremadura, Albacete o cualquier otra región de España no quieren que nadie les recuerde su pasado, no quieren tener pasado para ver si les cae la pedrea del reconocimiento de los antiguos amos como algo más que los espaldas mojadas del paraíso. Para evitarlo, están dispuestos a todo: mantienen que no quieren pertenecer a una España corrupta y se ponen detrás de un grupo de corruptos sin límite, llaman franquistas a los constitucionalistas y se colocan al lado de unos nazis que se ciscan en la democracia parlamentaria, que les consideraron “invasores”, “ocupantes”, “hombres destruidos” y seres de inteligencia inferior (el molt honorable Jordi Pujol) o les dicen portadores de un grupo genético próximo al portugués, diferente en todo caso del catalán, que lo es con el de los franceses o los suizos (el vice molt honorable Oriol Junqueras).

En su artículo en Publico.es “La banalidad del mal”, Lidia Falcón, con la autoridad que le da su inequívoco pasado de luchadora antifranquista, denuncia el pervertido lenguaje del independentismo catalán que intenta vincular la democracia española con un pasado en el que no solo participó activamente Cataluña, sino que muestra ahora lo buen alumno que fue del mismo el renacido sector. En correspondencia con el título, Falcón rememora a la Hannah Arendt provocada intelectualmente por el juicio en Israel del asesino nazí Adolf Eichman, porque, como en el nazismo, los golpistas catalanes tratan con sus mentiras de “banalizar el mal”. Los que hemos leído a Hannah Arendt (les recomiendo también el film de su mismo nombre, que se ocupa de lo mismo) recordamos en su boca que la eliminación de la identidad de los individuos, sus capacidades de pensamiento y sensitivas, transforman la personalidad humana en una simple cosa, “algo que ni siquiera son los animales”. Los totalitarios saben hacer “superfluos a los seres humanos” que solo les interesan como tontos útiles. Transformar la personalidad es la forma más infame de exterminio, supone “el asesinato de la persona moral”. Observadora del famoso proceso, Arendt evidenció la traición de la memoria de Eichman, incapaz de recordar cualquier cosa excepto las frases hechas del lenguaje burocrático que se empleaba en el régimen nazi. Eso que hacen ahora los charnegos repitiendo la fraseología oficial del independentismo dirigente con el que quieren mostrase en perfecta armonía. El autoengaño es un requisito moral para sobrevivir, pero se me antoja la eliminación de la dignidad humana, precisamente algo que reclama ahora a sus seguidores el ex presidente Puigdemont para sostener su desaguisado. Al hablar de la banalidad del mal, Arendt no quiso decir que el mal cometido por Eichmann fuera banal, sino que fueron banales los motivos que lo llevaron a cometerlo. No me parecen más importantes ahora los de los charnegos catalanes.

“Andaluces de Jaén/ aceituneros altivos”… En fin, ya ven, me ha dado por recitar a Miguel Hernández…

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