OPERA
- Javier Figuero
- 19 nov 2017
- 1 Min. de lectura
Como en las próximas horas no tengo nada que hacer, decido componer una ópera, en algo tiene que entretenerse uno…
Tras unos instantes de reflexión, decido atacar con el fagot en RE para luego introducir los clarinetes desde dos notas superiores; primero uno, luego tres; al fin, los siete con los que cuento al unísono.
De pronto, una ráfaga de timbal que va a ahogarse en la voz de la contralto cuando introduce el motivo textual, mientras un theremín, que vuelve a arrancar de RE, define el musical.
A aquella le da réplica el contratenor y el último instrumento cede la melodía a la flauta, que llena el espacio de ternura… Tanta, que, al acabar aquel su cantata, fuerzo su ruptura con una frase de trompeta. No me gusta el empalago…
Incide la soprano… La agudeza de su voz me mantiene alerta. Marco la entrada de los violines y, en unos segundos, doy paso al castrato. “Quedo, quedo…”, musito a los instrumentistas, mientras mezo mis brazos con elegancia. El diálogo de las voces transmite intensidad a la escena. Sus emisores se están peleando por el mismo hombre…
Oboe a escena pisado por unos toques de sintetizador para dar un tinte de modernidad… Piano desde el RE nuevamente… El tenor se explaya con una intensidad lacerante. La situación exige fuerza, es el turno de la trompeta…
¡Qué coño, lo que ha sonado es el teléfono!..
“Dime, Albertina”…
(…)
“Ya”…
¡Hija de puta!.. Que se va a vivir con Ezequiel… El sexo conmigo le resulta aburrido. Dice que me falta imaginación…
“¡Atención!… Toda la orquesta a la melodía. Sí, sí, desde RE…”.
© Javier Figuero
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Foto: © teomoreno.com
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