CELOS
- Javier Figuero
- 10 dic 2017
- 3 Min. de lectura
Escena 1: El tipo se mesa los cabellos. Ha vuelto a encontrar en la red social rastros de aprobación a los textos de ese hombre, los de ese hombre a los de ella, los comentarios y respuestas de reconocimiento en cada uno; ha perseguido la estela de admiración que venía desarrollando el uno por el otro… El gesto preocupado que enseña en la cara es la cruel dimensión del terreno que no supo llenar… Se sirve una copa; reconozcamos que, en tales circunstancias, el plano quedaría insulso si su mano no agarrara desesperadamente una copa de alcohol. La agarra. Está en juego su felicidad y el dolor forma parte de la misma. Amar es sufrir y, como sufre, la quiere.
Escena 2. Ese hombre le ha solicitado matrimonio y ella ha escrito su espontanea carcajada en el asistente de mensajería. Pocas semanas atrás sinceraba al osado por el mismo soporte que dejaban de comunicarse en la red, porque el amante le había pedido encarecidamente que así fuera y ella decidía proteger su estabilidad sentimental al secundarle. Sabía este que no se conocían, que residían en lugares distantes, pero asistía impotente al deleite compartido de sus intelectos y le faltaban recursos para superarlo. “Te echaré en falta”, le aseguró entonces ese hombre y ella respondió con lo mismo avergonzada de las cesiones a la pareja. Su risa ante la extemporánea broma del matrimonio es también de vergüenza.
Escena 3. Impelida por el acoso sentimental al que se presta, la mujer se interroga sobre la circunstancia: Admitidos los celos y la fascinación como extravíos, sabe que se está midiendo con la vida. Por eso, sin más, busca su roca favorita frente al Atlántico y se pone a leer una novela policíaca de Camilleri. Deshacerse de quien la humilla con su amor sería un magnífico argumento.
Escena 4. Hay luna llena y la cala modifica a capricho claros de luz, mientras cuenta ella los pasos en un sentido y el opuesto, pues en pocos minutos llegarán los antagonistas. El afán resolutorio del incómodo asunto le ha llevado a organizar un duelo entre los dos hombres, porque su formación le hace adorar a los héroes de las historias de Dickens, Navokov, Byron, Borges, Stendhal, Chéjov, Pushkin, Clemenceau, Clarín o Chaikovski. Algunos de ellos lo fueron en sangre propia. Quizá ella misma merezca uno así, pero lo seguro es que no merece la anulación a que se ha rendido; su medio natural es el ensueño… A la hora convenida aparecen los contendientes, cada uno por una esquina del lugar surgen de entre los acantilados. Como estaba acordado, llegan con embozos para disimular ante la imprevisible irrupción de la policía, nada es descartable. La regla es una: a muerte.
Escena 5. En su cama espera al héroe, que tendrá la llave de la casa, según lo convenido. La luna se ha escondido, puede que avergonzada de lo visto, y, por la ventana de la habitación, no podría filtrarse la verdad… Siente que le hace el amor de manera inusitada, furiosa y que ella lo hace de igual forma, sustituyendo ambos, cuando corresponde, las palabras por los suspiros y la respiración acompasada del sueño, cuando corresponda, por estos.
Epílogo. Ella despierta colmada, pero, recuperada la conciencia de la realidad, se ve devorada por la impaciencia y retira al embozo de la cara del compañero sin otro preámbulo… Espantada, se incorpora de la cama en un salto. Alarmado, el subsahariano sale del sueño con palabras ininteligibles. En comisaría declarará más tarde que ambos luchadores cayeron en el duelo, pues acertó a ver el lance apenas descendido de la patera. “La verdad”, le dijo al policía que le interrogaba, “nunca pensé que en España me recibirían de manera tan considerada”.
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