MAYO, DANI, ROJO, VERDE
- Javier Figuero
- 16 may 2018
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Vivos o no por entonces, durante décadas, cualquier español con aspiraciones había estado en el Mayo Francés o Mayo del 68. Yo no participé de tal falacia y eso, a cincuenta años de los acontecimientos, me da por dudar seriamente de mis aspiraciones. A fuerza de sincero, confieso que llegué siempre tarde a todas las revoluciones, una fatalidad. A la Revolución Francesa, a la Rusa... y, también, a aquella, impropiamente citada como tal, pues sus actores nunca se plantearon la toma de poder, les bastó con echar un pulso al Estado; eso sí, con virulencia tal que llegó a involucrar a diez millones de personas en la mayor huelga general registrada nunca en Europa occidental. Pero, al margen de toda precisión lingüística, la impresionante algarada fue la gran “revolución” libertaria que exigía mi sensibilidad política, educada en el movimiento hippie, la liberación sexual y la contracultura, el rechazo a la rabiosa sociedad de consumo, el desprecio al autoritarismo, encarnado en Francia por De Gaulle, un general al fin, la impunidad operativa de la extrema derecha en los países mediterráneos, la oposición al reparto injusto de la riqueza, la instrumentalización de la inmigración, el imperialismo de las superpotencias que llevaban a guerras exterminadoras, como la de Vietnam, o a la conformación de grupos terroristas en Latinoamérica o África, mientras mitificaban nuevos regímenes o procedimientos dictatoriales, como el castrismo cubano o la Revolución Cultural maoísta. Tomadas por los estudiantes concienciados, las calles de París tosieron de pronto y el mundo volvió a constiparse. Se les unieron los sindicatos obreros y los comunistas, que nunca arrebataron el protagonismo a aquellos, imbuidos por un fuerte espíritu libertario capaz de sintetizar ideales para la posteridad en brillantes eslóganes, como aquel de “Prohibido prohibir”. Líderes de juventud insultante como Daniel Cohn-Bendit o Alain Krivine se conformaban como verdaderos héroes ante otros jóvenes del mundo entero y, por supuesto de la España rendida bajo la bota del dictador Franco, más que general, generalísimo.
Conocí a Krivine en París muchos años después en una visita al diario Liberation, publicación imaginativa en el espíritu “mayista” que acabaría en manos de un Rothschild, más o menos progre, de la famosa familia de banqueros. Verdadero rostro del Mayo del 68, conocido entonces como “Dani el rojo”, a Cohn-Bendit lo entrevisté en Frankfurt en agosto de 1989 para una edición del programa En Portada de Televisión Española sobre la posible unión de las dos Alemanias surgidas de la Guerra Mundial, y que tuve la suerte de intuir meses antes de la definitiva caída del Muro de Berlín, por más que el ex canciller Willy Brandt me dijera que estaba haciendo “política ficción”. Consecuente con buena parte de los ideales defendidos en el 68, mi interlocutor era para entonces consejero de Cultura del Ayuntamiento de la ciudad por el partido de los Verdes, pero en mi cabeza pervivía una imagen entre las barricadas del barrio Latino del París de entonces con su testa a escasos milímetros de la de un antidisturbios que, pertrechado de la correspondiente porra amenazadora, protegía la suya con un aparatoso casco. Corregida por la realidad, se imponía sin embargo ante nosotros la visión de los manifestantes de la Alemania comunista que luchaban ahora por su libertad contra las fuerzas represoras del poder establecido bajo el ala de Moscú. Pasado y presente permitían contrastar los sentimientos. “Siento lo mismo que he sentido siempre cuando he visto hombres confrontados con la fuerza del Estado”, me dijo Cohn-Bendit. “Es mi sentido de solidaridad con todos ellos”, agregó. “Dani, el verde” entendía que los vecinos alemanes estuvieran hartos del sistema socialista de su país, tal y como existía allí, con su enorme tendencia autoritaria. Sus exiliados a Occidente no querían pertenecer a la burguesía alemana del otro lado del Muro, buscaban un nivel de vida digno. En Mayo del 68 “Dani, el rojo” tampoco quería acabar con la burguesía, buscaba cambiar una sociedad determinada por la insolidaridad. El socialismo de ahora había mostrado su fracaso, pero eso no quería decir que hubiera que aceptar el capitalismo de Occidente. “Yo digo, como decía hace veinte años”, enfatizó ante los micrófonos que nos juntaban, “que el capitalismo, como existe ahora, es mejor que el socialismo, como existe ahora”. Y concluyó: “Pero el capitalismo solo sirve para ser reformado”.
A los cincuenta años de aquella revolución, que no lo fue, de Mayo del 68, a la que, como a otras muchas, también llegué tarde, Daniel Cohn-Bendit sigue siendo para mí su rostro más reconocible.
© Javier Figuero facebook.com/javier.figuero.autor/ Foto: © colección privada del autor

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