"AQUÍ ENTERRAMOS A SALVADOR ALLENDE, PRESIDENTE DE CHILE"
- Javier Figuero
- 11 sept 2018
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Cumplen hoy 45 años de la muerte del presidente chileno Salvador Allende y la fecha despierta en mí ciertos recuerdos:
Enviado del programa En Portada de Televisión Española llegué a Santiago en los primeros días de diciembre de 1989 con la vista en el jueves 14, fecha de las elecciones generales que darían fin a la última de las dictaduras militares en el cono sur americano (Uruguay, Argentina y Paraguay). Muerte eutanásica a su propio pesar, pues, de acuerdo con la Constitución de 1980, dictada curiosamente por los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, la suerte de candidatos excluía a su máximo representante, el general Augusto Pinochet, al no superar el plebiscito exigido en el texto. Era el fin de un régimen establecido por las armas algo más de dieciséis años atrás tras violentar de manera cruenta el gobierno legal de Salvador Allende, suicida entonces en el palacio presidencial de la Moneda y argumento de una terrible represión contra el pueblo.
Una de las mayores satisfacciones de mi estancia en la ocasión en Chile fue conocer y charlar con Hortensia Bussi, viuda de Allende. Por entonces tenía 65 años y todo el mundo la recordaba por el afectuoso nombre de Doña Tencha. Licenciada en Historia y Geografía, estudiante de piano y de contrastado gusto por las artes había conocido al futuro mandatario, entonces ministro de Salubridad, en la noche del terremoto de Chillán, el 24 de enero de 1939, presagio de una vida común convulsa. El 11 de septiembre de 1973, día del golpe militar contra su marido, Hortensia estaba en la residencia presidencial de la calle Tomás Moro, que fue bombardeada y de la que logró escapar. Buscada por la insurgencia, fue encontrada al día siguiente para ser trasladada al Hospital Militar de Santiago, antes de que se le llevara con un sobrino a Viña del Mar para enterrar al esposo. Vigilada en todo momento, los que la guardaban no pudieron evitar su grito: “Aquí enterramos a Salvador Allende, presidente de Chile”.
En el exilio, viajaría desde México por el mundo denunciando el régimen de Pinochet. Quince años después volvía a su país, inmerso por entonces en los preparativos del plebiscito que impediría la candidatura del tirano en las elecciones a las que vinimos a dar cobertura periodística. No estaba autorizada a votar por falta de empadronamiento, pero, consciente de que los tiempos demandaban actitudes posibilistas, respaldaba al democristiano Aylwin. La ex primera dama se imponía a los tiempos y a las desgracias. En 1977 se había suicidado Beatriz en La Habana, una de las tres hijas que tuvo con Salvador, al parecer la que mantuvo con él mayor proximidad. Para muchos de sus compatriotas y, desde luego para los periodistas extranjeros, sorprendía ahora su apoyo a esa amalgama heterogénea de partidos encabezados por Aylwin, apoyo en su día del golpe militar que acabó con la vida de muchos compatriotas; entre ellas, la del esposo. Lo planteé en nuestra conversación, pero ella lo consideraba “una gran prueba de madurez del pueblo chileno que, superando diferencias e ideologías políticas” concluía un acuerdo de partidos para designar un candidato único ante unas elecciones que prometían acabar la dictadura. Sabía que su postura no era “fácil de entender”, pero no había otra explicación “que la necesidad de Chile de superar ese periodo”. Como vino haciendo por el mundo a lo largo de los dieciséis años pasados seguiría reclamando justicia “por la violación sistemática a los derechos humanos” de los militares golpistas. Símbolo vivo de la tragedia para gran parte de su pueblo, quería suponer que sus exigencias no darían tregua a los representantes del nuevo régimen. “Queremos justicia”, me dijo ante las cámaras de TVE. “Queremos que se conozca la verdad; justicia y no venganza. Los responsables de tantas muertes, de tantas torturas, asesinatos, degollamientos han de ser juzgados”. Yo le pregunté: “Entonces, señora, ¿ha olvidado usted?..”. “No”, me dijo, “pero no podemos quedarnos en el pasado.
Hortensia Bussi, viuda de Salvador Allende, me confesó lo mucho que le gustaría decirle un día a Pinochet: “Adiós, general, hasta nunca”… A Chile, su país, le diría adiós el 18 de junio del año 2009 a la edad de 94 años. Sus restos serían velados en el Congreso Nacional y sus funerales tendrían celebración en el Cementerio General de Santiago. Para entonces habría asistido a la exhumación de restos del esposo y al funeral de Estado que se le atribuyó en homenaje. El presidente socialista Ricardo Lagos le concedería más tarde el honor de descubrir la llamada Puerta de Morande en el palacio presidencial de La Moneda. Por ahí salieron los restos de Salvador Allende antes de ser clausurada por orden de la Junta Militar que el 11 de septiembre de 1973 liderara el golpe de Estado y forzara su suicidio.
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