EN LA LAGUNA ESTIGIA
- Javier Figuero
- 9 feb 2019
- 1 Min. de lectura
Apareció el silencio y me sedujo,
que nada era descanso sino eso.
Y allí quedé embriagado,
detenido,
salvado de recursos,
sin amor y sin odio,
desnudo de saberes y certezas.
Surgida por ensalmo,
se había definido la intemperie.
No existían las sombras ni tampoco las luces,
las quejas ni la pena,
el dolor o la dicha.
A falta de memoria,
las sensaciones quedaban en suspenso.
¿Dónde fuera la vida
que dejé refugiada en la honda negrura?
¿Y qué es lo que se mueve
liviano por su espacio? ¿Qué me lleva,
la nube descarriada
o el insistente orgullo
frente al voraz olvido?
Voluta del capricho,
navego en lo imposible.
Extraño de mí mismo,
me concibo en lo informe.
No ocupo territorio,
soy un temblor discorde,
un gemido silente que atestigua el olvido.
Vagando por lo vago, alcanzo la frontera
y el golpe contra el marco deja atrás
un alud de cenizas
marcadas con mi nombre.
Sublime es el paisaje de Joachim Patinir,
los verdes, los azules, marrones inquietantes
que prometen tristeza.
Al fin sé que estoy muerto,
que las aves gorjean, definiendo el camino,
que el bosque es una ofrenda
por la honda mentira de la que soy resaca;
que el musgo donde piso ensordece el deseo
de la misma clemencia y que Dante y Virgilio
se juegan a los dados mi alma. Y que la pierden.
¡Qué terrible belleza
la que veo en el cuadro!..
El cielo es una mancha allá en el horizonte
y a mi espalda se extiende radiante el Paraíso.
Mi visión es el Hades
y Caronte que rema su barca
de noche y de tinieblas.
Sé que viene a por mí, ya no cabe la duda.
© Javier Figuero
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Foto: © teomoreno.com (montaje sobre La laguna Estigia de Joachim Patinir)
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