MIS BRAGAS (un desnudo político integral)
- Javier Figuero
- 12 abr 2019
- 3 Min. de lectura
Urgido desde la convocatoria de elecciones generales a la reflexión política bajo acontecimientos de actualidad heterogéneos, mis textos al caso han llevado a amigos de la Red a reclamarme por lo privado la concreción de postura; blanco o negro, de eso se trata. Confieso que he estado tentado de recurrir a una de las grandes lecciones de politología que recibí en la vida, más allá de los estudios que cursé en su momento en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense de Madrid. Se la debo a la ínclita folclórica Lola Flores que, solicitada para desvelar sus intenciones de voto ante las primeras elecciones del actual periodo democrático por el entonces prestigioso semanario Cambio 16, contestó con desparpajo: “El voto es secreto, como las bragas”. Pero, la verdad, me falta gracia para el asunto; hubiera quedado insatisfecho con la respuesta. Me bajo pues las bragas ante mis amigos, aunque dudo que lo que vean sea lo que esperaban ver; hay lo que hay, no le demos más vueltas.
Para mí, la España de hoy es “un estado fallido”, caracterizado por una marcada degradación social, política y económica, gracias a la gestión de gobiernos, instituciones y clase dirigente ineficaces y tolerantes con la corrupción, lo que ha terminado por confundir la misma idea de moralidad pública. Con escaso control sobre ciertas partes del territorio, que mimetizan sin embargo sus males, y una débil capacidad en el exterior para hacer respetar sus verdades (el “relato”, que se dice ahora), el régimen del 78 se me antoja muerto. Una vez más, España vive inmersa en un problema estructural, un laberinto, donde nadie se puede esconder tras las espaldas del otro ni sirve el “y tu más” como exculpación, gran ardid del pillaje. Se ha perdido la esperanza y ningún proyecto de ruptura democrática progresará sin ella.
Con unos medios de comunicación tutelados o dependientes, que ni suman ni restan crédito a las redes sociales, unas cloacas policiales y parapoliciales indomables, falsa separación de los poderes fundamentales, progresiva limitación de los estándares democráticos y una clase política que apenas acepta renovarse con caricaturas, solo cabe entonar la oración fúnebre por aquella Constitución ideada en el resplandor de una nación agotada por una Historia que lo fue del despropósito. La ausencia de estos temas en los programas electorales de los partidos, la falta de asunción de la culpa como principio ineludible para llegar a la solución colectiva, la impudicia de las nuevas opciones con idearios viejos y reconocibles, resulta concluyente. Llamar así a la participación en la consulta electoral, buscar un compromiso de jornada, se me antoja, incluso, inmoral. A mi pesar, no oigo esa llamada, pero siento el grito estridente de la indiferencia colectiva. Escéptico, sin probable remedio, me gustaría atisbar la ilusión, ser lo que no soy.
Me disculpo por pretencioso y me presento para despedirme, al menos de momento, de la reflexión política cotidiana: yo soy Luis Cernuda, “soy español sin ganas”. Porque España sigue siendo “la tierra de los muertos”, convivo, de nuevo, con los míos “en medio del silencio: todos mudos, / desolados del desorden endémico”. El nuestro es “un pueblo sin razón, adoctrinado desde antiguo”, un pueblo sin alegría, libertad ni pensamiento” (de “Desolación de la quimera”, 1962) que me aburre y me duele por igual.
En fin, empieza propiamente el periodo electoral, que cada uno se lo monte como quiera.
© Javier Figuero
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