CONVALECENCIA POÉTICA
- Javier Figuero
- 30 jun 2019
- 1 Min. de lectura
Me adentraba en el bosque de tu mano
con el andar erguido y confiado;
en la razón final, enamorado,
tan simple, tan banal y tan ufano.
Mas, entre el espacio que la luz alumbra
y el nuevo que ofrendaba la penumbra,
dudé, no obstante, en proseguir el paso,
temeroso de seguir en el Parnaso.
Como ella conocía la floresta
y yo, apenas, el parque para niños de mi casa,
le dejé decidir la biomasa
y yo me di una verdadera fiesta
con aquel aire limpio de carbono,
cuya bondad pregono.
Y antes de que pudiera glosar obra tamaña,
ya tenía ella presta la cabaña.
En un suelo de lignina descompuesta,
protegida de la lluvia tropical,
nos entregamos a un amor bestial
con las aves sirviéndonos de orquesta.
Yo pedí Mahler y ella zarzuela
y loros y halcones vuela que vuela;
cucos, colibríes y tucanes
entregados también a sus desmanes.
Con el sol comenzaba nuestro día
para bañarnos enseguida en algún río
cuyo cauce era solo suyo y mío,
como ella era también tan solo mía.
Juntos, nos secábamos en los herbazales
diciendo ser los príncipes de Gales;
reyes, aun, de aquel ecosistema
donde pronto nos bastamos con morfemas.
Flujos hidrológicos, plantas y matas
nos daban de comer en la pausa
de risas y de amor y no había más causa
que hacernos las fumatas
para seguir amándonos de noche.
Dormidos, sin el mínimo reproche
a aquellos poetastros que quedaron lejos,
olvidábamos sus más torvos manejos.
Pero… ¿decía?.. Ah, sí, que ayer comí fabada
y, sin duda, la falta de costumbre,
me dejó el estómago a la lumbre.
Abro los ojos y aprecio que la almohada
es un bosque, con ríos, con amores,
esos que me recuerdan mis albores
cuando yo hacía magia con la rima…
¡Sí, me fumaré este porro, que me anima!..
© Javier Figuero
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Foto: © teomoreno.com
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