CONFIDENCIAS DEL REGRESO
- Javier Figuero
- 1 sept 2019
- 4 Min. de lectura
1. En las primeras semanas de agosto recibí miles de mensajes privados (¿o fueron dos o tres?) interesados por mi mutismo en Facebook; la existencia es el ruido y agradezco que se oiga mi silencio. En amables paisajes, decidí meditar sobre las cosas importantes de la vida, pero, tras unos minutos en el empeño, seguía dudando de que existieran y me di al relajo. El deseo de entender nunca me impidió evitar el eco de voceros de lo transcendente. Leí al Dalai Lama que es propósito de la vida es alcanzar “la felicidad”, pero los apóstoles están en perpetuo apostolado de sus dioses y yo desconfío de todos. En Borges sí creo, la tentación concluye en sus versos: “… mi mente / se aplicó a las simétricas porfías / del arte, que entreteje naderías”. Yo también sé que, aplicados a eso, la felicidad es entelequia.
2. Tiempo de apremios, recibí en agosto varias peticiones de amistad, que apenas filtro, sin que sea aconsejable. Amigos en la Red niegan relación a gente sin rostro ni identidad y secundo esto, aunque me es indiferente aquello. Tuve responsabilidad en medios de comunicación, donde el colaborador se obliga por su obra, pues el seudónimo, si se utilizara, remite a su identidad. En apariencia, Facebook deja que saquen pecho quienes la esconden; aunque la impunidad, que algunos confunden con “libertad de expresión”, queda en precario ante sus recursos. Aun con reglas anacrónicas, no justifico la contestación cobarde. Nada me fascina como la transgresión en el compromiso, la libertad no se amplía desde la cueva.
3. Respeto las iniciativas solidarias de amigos de la Red que buscan colaboración en su directorio, pero no faltan emociones para las propias. En todo caso, no quiero que este año me regaléis nada por mi cumpleaños; es más, me jode cumplir años. También los que piden amistad y, secundada, sin otro reconocimiento de lo tuyo, te exhortan a admitir que te gusta la página depositaria de sus creaciones. Por lo demás, que cada cual publicite lo suyo a voluntad (libros, webs, habilidad…); lo hago y haré, sin particularizar jamás. Facebook no es una ONG del entretenimiento; ni nació ni sirve a eso, aunque pueda ser todo y lo contrario. Leo a una usuaria sentirse “harta” por las autopromociones de escritores. No sabrá que el compromiso con quienes le hartan se rompe con sacarlos de su muro; lo hago con quienes me aburren. Publicaré pronto un libro de narrativas y uno de poesía en enero, y los divulgaré aun a riesgo de salir de ciertos muros; no privaré al resto de la humanidad del derecho a gozarme; sería cruel. Lo haré a mi estilo; quizá sirva al indulto. Y a otra cosa: un alivio cuando me solicitan amistad gente tan sobrada de ella que no le permiten más; demasiado ingenio para una sola agenda. No lo mostró un tipo que me la pidió hace días. Enseguida me dijo por Messenger que era “muy mono” y me llamó “guapo”, para preguntarme luego “¿dónde vives?” y cosas de mi incumbencia. No sé si le bloqueé por su falta de gusto o por la impertinencia…
4. Agosto es el mes “más cruel”, con respeto de Elliot, que distinguió abril con el adjetivo. En época de periodismo activo, viajaba con frecuencia por el mundo, sin coincidir necesariamente con los viajes de la mayoría. Valoro esa deriva de mi experiencia profesional, que alimentó mi fascinación por los aeropuertos y estaciones de tren sin huelgas, los buenos hoteles con mediana ocupación, algunos de los cuales hubiera elegido por residencia, como hicieron, con los que prefirieron, personas que envidié; o acomodos vulgares, donde conocí gente que no envidié porque estaba y, sí, por sus valores. Determinado por las vacaciones de mis compañeras que en la vida fueron, reiteré en ese tiempo ante mí mismo que el mejor lugar para agostar es la ciudad de residencia. En los días que la viví este año, he vuelto a admirar los cielos madrileños de inmisericorde luz, con reflejos ahora del oro inocente y cegador de Fra Angelico, cuya antológica he visitado tres veces en el Prado, y que me evocaron pasados recorridos por Florencia. Estáis a tiempo. El pintor que, según Miguel Ángel, vio a la Virgen en el cielo antes de pintar La Anunciación, merece esa excursión al cielo. Y, si vosotras queréis llegar bien vestidas, Balenciaga en el Thyssen.
5. Heredero de lo colegial, pese a su lejanía, y, tras la falla del estío, empiezo año en la Red, sin que aventure mi interés por permanecer ni por huirla; la duda fue siempre mi especialidad. Como una amiga inteligente, de entre las muchas que tengo aquí, Airam Goizeder, no me considero “un cliente”; sí, “el producto”. Lo ha escrito con palabras que evitan las mías: “Estar en Facebook no nos hace idiotas. Solo significa que tenemos ciertas necesidades y que una empresa muy inteligente las utiliza para su propios fines”. ¿Serán “mis necesidades”? … Lo meditaré, soy un incondicional de las mujeres inteligentes. Vosotros podéis hacerlo sobre la forma de compensármelas. Eso también es solidaridad.
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