UNAMUNO EUSKALERRIACO
- Javier Figuero
- 1 oct 2019
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Con Mientras dure la guerra, Amenábar ha actualizado una vez más la figura de Unamuno, sinónimo siempre de polémica. Uno de los implicados en la película se ha referido a la etapa nacionalista del intelectual vasco, que otros se han apresurado a negar. De manera imprudente, por cierto, pues el entusiasmo le dio a este para casi todos los credos políticos y la vida para pisar todos los charcos. Yo tampoco les hago ascos (a estos, a los charcos) y con la autoridad (¡con un par!) que me confiere el estudio que realicé en su día sobre la participación política de los grandes hombres de la Generación del 98 (La España de la rabia y de la idea. Editorial Plaza y Janés) aporto lo que sigue:
Unamuno vive con diez años el cerco carlista a Bilbao de 1873, experiencia que hará metáfora del enfrentamiento de los dos sectores antagónicos e irreconciliables de España y que, lejos de anatemizar, lo asimila y presenta como esencia de la lucha evolutiva de la sociedad. Una disputa enriquecedora, aunque traumática. Las dos Españas, recibidas de modo comprometedor, no desde la resignación y el fatum, y sí como ventura. La guerra es el símbolo, la imagen de otra contienda inevitable, lúcida, deseable, la de la ideas. Alguna vez aprenderá en propia carne que las guerras pueden hacerse sin ideas. «Cuando veo que dos mocosuelos se están dando de mojicones», admite «lejos de acudir a separarlos, me digo: "Así, así es como se harán; es el aprendizaje de la lucha por la vida” (Recuerdos de niñez y mocedad. En Recuerdos e Intimidades, Madrid, 1975). Grafómano impenitente, Unamuno publica su más temprano trabajo periodístico con sólo quince años, cuando, como sincerará más tarde, «pasaba por un fervor fuerista, euskalerriaco, prebizkaitarresco» (op. cit.).
Y, sin embargo, contradictorio desde la cuna, sorprende que, en años de fervor regionalista, su primer artículo apueste por la unidad nacional, núcleo, al fin, de su mensaje de madurez... “Un pueblo sin unión no es un pueblo... El pueblo que comienza a desunirse, a dividirse, el pueblo cuyos individuos no marchan acordes, marcha precipitado hacia su ruina (El Noticiero Bilbaíno, Bilbao, 27 de diciembre de 1879).
Pero, demasiado temprana, si se quiere, Unamuno vive, en efecto, una etapa ultrarregionalista: “A poco de acabar yo mi primer año de bachillerato... se dictó la ley abolitaria de los Fueros, cesaron las Juntas Generales del Señorío de Guernica... Todavía conservo cuadernillos de aquel tiempo, en que, en estilo lacrimoso, tratando de imitar a Ossián, lloraba la postración y decadencia de la raza, invocaba el árbol santo de Guernica... Y recuerdo una puerilidad a que la exaltación fuerista nos llevó a un amigo y a mí... Y fue que un día escribimos una carta anónima al rey don Alfonso XII increpándole por haber firmado la ley del 21 de julio [1876] y amenazándole por ello... Por el mismo tiempo se formaba en el mismo ambiente el espíritu de Sabino Arana (Recuerdos..., op. cit.).
Exaltación aquella que pronto iba a ser reconsiderada: “Cuando llegué a Madrid a estudiar la carrera, una de mis ambiciones... Era escribir una historia del pueblo vasco en dieciséis o veinte tomos en folio... ¡veinte tomos en folio! Apenas da para uno la historia de mi pueblo, de quien pudo escribir Cánovas del Castillo que «si los pueblos sin historia son felices, felicísimos han sido los vascos durante siglos...». A falta de esa historia se forjó sobre endeblísimos cimientos y más bien a1 aire toda una leyenda romántica..., apócrifas son las más de las leyendas de mi tierra. Nuestra leyenda genuina está en el porvenir. (Ibídem.) No nos queda más que idioma, monumento vivo y patente que pasando por siglos y siglos ha llegado hasta nosotros, única herencia de un pueblo en perpetuo suceder (Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, tesis doctoral, Universidad de Madrid, 1884).
Como sucede con otros miembros de la Generación del 98, la influencia de Pi y Margall estaba en la raíz de su actitud política juvenil: “Mi simpatía hacia Pi y Margall y sus doctrinas arrancaba de antes de mi salida de mi tierra natal vasca. Siendo todavía estudiante del Instituto, en Bilbao, había leído su libro Las Nacionalidades —acaso el primer libro de política que leí—, que era una especie de escritura sagrada en el grupo de amigos que a lo largo del Nervión... comentábamos las doctrinas del federalismo en vista siempre a la redención de Euscalerría —así se la llamaba entonces y no Euskadi, como luego— que se nos antojaba otra Irlanda, Hungría o Polonia (22 de marzo de 1915. En Recuerdos..., op. cit.).
© Javier Figuero
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