ESTE SÍ FUE UNAMUNO
- Javier Figuero
- 6 oct 2019
- 9 Min. de lectura
Las correcciones históricas que se le hacen en los medios harán que Amenábar capitalice fácilmente su película “Mientras dure la guerra”. No las valoraré, sintetizo aquí el compromiso político de Unamuno que contribuí en su día a clarificar, con el de los más conspicuos creadores de la Generación del 98, en mi libro “La España de la rabia y de la idea (Plaza y Janés). No ocultaré sin embargo mi decepción ante la cinta. Joven prodigio en su momento del cine español, Amenábar firma un trabajo descuidado con los hechos, galería de personajes grotescos a la búsqueda del efectismo fácil en ausencia de un relato coherente. Su Unamuno es una caricatura y nada justifica las banalidades que se ponen en su boca. Los párrafos que siguen dan luz a la traumática lucha de ideas que libró consigo mismo (en el libro quedan las referencias de los entrecomillados), no me resulta digna su banalización. Más desinteresado que el cineasta, no cobraré peaje por la lectura. Bueno, salvo que os empeñarais fervorosamente…
Como se dice con precipitación en una escena de la cinta, Unamuno se engatuso con demasiadas ideologías y añadiré que, en buena medida, lo hizo con sus contrarias. Regionalista y federalista en la juventud, fue libertario, socialista, demócrata, europeísta y defensor y de la II República, pero abjuró de todo a su tiempo y acabó por respaldar el golpe militar contra esta, que también criticó sin acabar de desautorizarlo.
Unamuno se afilió al partido socialista con 32 años, pero se declaró “antidemócrata”, porque “el pueblo es pueblo y no puede dar ni quitar patentes de talento”, aunque justificaría su republicanismo en la soberanía popular. Dijo aborrecer al militar, profesión “indigna” para él, y se mostró partidario de “robustecer el poder central” frente a los regionalismos, que entendía “un movimiento táctico contra el socialismo… y las reivindicaciones obreras”, idea de “división de los pueblos” en la que colaboraba la Iglesia para que no hubiera otra “fuerza integradora”.
Rector de la Universidad de Salamanca desde octubre de 1900, Unamuno atesoró enorme prestigio como intelectual valiente y libre. La Gran Guerra de 1914 fue para él prolongación del eterno conflicto entre el liberalismo decimonónico frente a la burguesía terrateniente, el clero tradicionalista y el militarismo reaccionario. En enero de 1917 firmaría el manifiesto de la Liga Antigermánica que se alzaba contra la “falsa neutralidad” de España por la germanofilia de la Corona, cuya evidencia final sería e1 golpe militar de Primo de Rivera preparado en palacio.
En agosto de 1914 el gobierno revocó el rectorado a Unamuno, que se radicalizaría en el pleito con el rey y sus comparsas. Condenado en 1920 a dieciséis años de cárcel por insultos a la Corona, su pluma se aceraría tras el desastre de Marruecos de 1921. El desencuentro le llevaría al destierro entre la solidaridad de intelectuales del mundo entero: Einstein, Freud, Musil, Wells, Yeats, Zweig, y hasta D'Annuncio. E1 régimen dispuso entonces una amnistía, pero é1 negó su autoridad y no la consideró. Mientras socialistas como Largo Caballero colaboraban con Primo, Unamuno denunciaba “el horror del fascismo” y del “bolchevismo” y en febrero de 1926 concluyó, junto a otros intelectuales, el manifiesto de la Alianza Republicana que abogaba por la convocatoria de Cortes Constituyentes y la ordenación federal del Estado, mientras llamaba a acabar con la Monarquía y “el nefando contubernio de la cruz con la espada.
Superada la dictadura de Primo y la dictablanda de Berenguer, e1 9 de febrero de 1930 Unamuno entraba a pie en España a través del puente de Irún. La apoteósica bienvenida se prolongaría en otras ciudades y en círculos de poder se consideró su nombre para las más altas magistraturas. En agosto de 1930 partidos políticos opositores y personalidades representativas habían acordado con el Pacto de San Sebastián una plataforma de esfuerzos contra la Monarquía, pero Unamuno hacía grupo solo consigo mismo.
Las elecciones municipales de abril de 1931 llevaron a Alfonso XIII a la abdicación y el exilio y dieron paso a la II República. E1 14 Unamuno proclamó la República desde el balcón del Ayuntamiento de Salamanca que le nombraría alcalde honorario. Los lectores del semanario madrileño La Calle le consideraron el mejor candidato tras Alcalá Zamora para ocupar la presidencia de la República, pero él se desentendió de la responsabilidad, mientras iba a ser elegido diputado en Cortes por una coalición republicano-socialista por Salamanca y rector de su Universidad a propuesta del claustro.
Pese a todo, nuevamente sería el eterno discordante, incapaz de encontrar a sus iguales. El apoyo de los socialistas a Primo de Rivera le distanciaba del partido. Ahora era un antimarxista confeso y conspicuos republicanos fueron blanco de su desprecio. A Azaña lo tildaría de «mediocre» y «dogmático». El 27 de agosto de 1931 se presentó en las Cortes el proyecto de la nueva Constitución y los debates evidenciaron su distancia con los inspiradores. Contra el autonomismo, mostró “un sentido republicano a la francesa”, centralista y con libertad de cultos, pero sin sustitución de “la religión del Estado, la católica, por la religión de Estado” .... No era la deriva de la época y, cuando en septiembre de 1933 las elecciones del tribunal de Garantías Constitucionales le dieron oportunidad, Unamuno votó la candidatura conservadora; en la práctica, la ruptura con la situación. El presagio del horror rondaba su cabeza: “O marxistas o fajistas... Pueden llegar tiempos en que los dementes de un polo o del otro saquen afuera la honda pasión que les mueve y no es otra que el odio a la inteligencia”.
Unamuno fue diputado hasta noviembre de 1933. Los regionalistas catalanes habían acordado con los antimonárquicos en el pacto de San Sebastián la aprobación del Estatuto Autonómico que Unamuno se negó a aceptar. Además, la Constitución definía como laico al Estado español, «laicismo» que era «irreligiosidad» para nuestro hombre: “Se me ha replicado: Es la revolución”, escribió,” y no, eso no es la revolución. Se dejó incendiar conventos e iglesias y hasta se excusó los incendios”.
Pese a tanto desencuentro, la República distinguió a Unamuno con honores. En septiembre de 1934 se le hizo rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, que creó una cátedra con su nombre. Se le nombró Ciudadano de Honor, mientras las universidades de Grenoble y Oxford le hacían doctor honoris causa y, por dos veces (1935 y 1936) se consideró su candidatura al Nobel de Literatura. Mas nada podía ya calmar la inquietud del pensador que denunció la amenaza de las dictadura fascista y comunista. Clarividente, anunció “cualquier Hitler; quiero decir cualquier tonto inédito. Si, un tonto inédito que tenga ademán, gesto, voz, prestancia, que sea fotogénico”.
En julio de 1936, consumado el levantamiento de los militares reaccionarios, España fue de nuevo dos y Unamuno tuvo claro la suya. Aceptó formar en el nuevo Ayuntamiento de Salamanca dominado por los insurgentes, que fusilarían ediles, compañeros del pensador. Antes se había encontrado con el hijo del antiguo dictador, José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange Española, al que seguiría hasta un mitin en el teatro Bretón de la ciudad. En agosto de 1936 su nombre apareció en una lista de donativos que el general golpista Mola recaudaba para la guerra. Cinco mil pesetas era su aportación, cantidad importante para su nivel de ingresos. Ese mismo mes el gobierno republicano le destituía de cargos y honores, incluido el rectorado vitalicio de la Universidad de Salamanca. La otra España le abriría sus brazos: el general Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa golpista, restituyó lo que le quitaba Madrid, mientras le recompensaba con nuevos «honores», como la presidencia de la Comisión Depuradora de la Universidad de Salamanca. Su firma encabezaría el «Mensaje de la Universidad de Salamanca a las universidades y academias del mundo acerca de la guerra civil española», donde se pedía la solidaridad con la insurgencia.
Unamuno se entrevistaría en Salamanca el 6 de octubre de 1936 con el general Franco, sin que exista testimonio del encuentro. Se sabe, sí, que e1 nuevo Caudillo le concedió su representación para e1 acto académico que el 12 de octubre próximo habría de celebrarse en la Universidad en conmemoración de la Fiesta de la Raza.
Unamuno intentaría explicar su proceder: “Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana, tan amenazada… Ayer estaba con el gobierno de la República y ahora no lo estoy... Hoy, como ayer, creo que el bienestar del pueblo puede sólo conseguirse mediante profundas reformas. Pero es necesario precisar quién es capaz de realizarlas para el bien común… Los esfuerzos anteriores fueron en vano y esto me decidió a unirme a quienes no había cesado de combatir hasta ahora... He llorado porque una tragedia ha caído sobre mi patria. España se enrojece y corre la sangre... Yo también soy responsable de esta catástrofe… Un día saludé entusiasta la llegada de la República española... Pero España estuvo a punto de perecer. En muy poco tiempo e1 marxismo dividió a los ciudadanos. Conozco la lucha de clases. Es el reino del odio y la envidia desencadenados. Conocimos un período de pillaje y crimen. Nuestra civilización iba a ser destruida… La guerra civil española no es una guerra entre liberalismo y fascismo, sino entre civilización y anarquía... Manuel Azaña, presidente actual de la República, debiera suicidarse como acto patriótico... Las masas ahora son las que mandan. No tienen ideas ni ideales; no sienten otros deseos que e1 urgente de la destrucción... Yo no estoy a la derecha ni a la izquierda. Yo no he cambiado es el régimen de Madrid el que ha cambiado. Cuando todo pase, estoy seguro de que yo, como siempre, me enfrentaré con los vencedores… La lucha será larga, muy larga y espantosa, me estremezco pensando en Cataluña. ¡Qué locura imbécil la idea separatista aliada a la anarquía!... Felizmente, el Ejército ha dado pruebas de gran prudencia. Franco y Mola… son dos hombres sensatos y reflexivos. Yo mismo me admiro de estar de acuerdo con los militares… El Ejército es la única cosa fundamental con que puede contar España”.
El 12 de octubre de 1936 Unamuno, rector y representante del caudillo de la España sublevada, preside el acto referido en la Universidad de Salamanca. A su lado, junto a autoridades civiles, militares y eclesiásticas, la esposa de éste, Carmen Polo, y el general Millán Astray, fundador de la Legión. Su parlamento se esperaba con expectación: “A veces quedarse callado equivale a mentir... Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil… Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión, el odio a la inteligencia... “. En algún punto del discurso, Millán Astray interrumpió soezmente al rector mientras alguno de sus guardaespaldas levantaba hacia él la metralleta. El fundador de1 Tercio pronunció entonces las frases quizá más perdurables de su vida… “¡Mueran los intelectuales...! ¡Viva la muerte!”. Entre gritos e insultos de los asistentes, Unamuno hizo oír su voz: “Estáis en e1 templo de la inteligencia. Esas palabras profanan tan sagrado recinto... Os falta razón y derecho en la lucha. Es inútil pedir que penséis en España”. Sólo la intervención de Carmen Polo logró evitar la agresión física. E1 acto fue disuelto de inmediato.
Unamuno sería expulsado del Ayuntamiento y del claustro universitario por sus compañeros concejales y catedráticos. El 22 de octubre Franco firmaba el decreto que lo destituía como rector. En los ambientes ciudadanos se le haría el vacío y a las patrullas de soldados que lo vigilaban recibieron orden de dispararle si intentaba salir de Salamanca.
Pese a todo y pese a su cuidado en distanciarse del fascismo (Falange no era “otra cosa que el fascismo italiano”), Unamuno mantendría su respaldo a la insurgencia: “En este momento crítico por el que atraviesa España, es indispensable que me ponga junto a los militares. Son ellos los únicos que nos devolverán el orden, porque tienen e1 sentido de la disciplina y lo saben imponer. No preste atención a lo que se dice de mí: no me he convertido en un hombre de derechas, no he traicionado a la libertad. Pero de inmediato es urgente instaurar el orden. Verá cómo dentro de algún tiempo, y esto no será dentro de mucho, seré el primero en reemprender la lucha por la libertad. No soy ni fascista, ni bolchevique. Soy solamente un solitario (A Kazantzakis, escritor griego, 20 de octubre de 1936)”.
Unamuno murió en Salamanca e1 31 de diciembre de 1936. Algunos falangistas portaron e1 féretro hasta su última morada. Entre ellos, e1 tenor Miguel Fleta y los escritores Víctor de la Serna, Salvador Díaz Ferrer y Antonio de Obregón. En el cementerio uno de ellos gritó: «Miguel de Unamuno y Jugo». Y el resto de los hombres vestidos con el uniforme paramilitar y adornados con los emblemas del fascismo español gritaron: «¡Presente!» … Si en la otra vida se escuchan las palabras que suenan en ésta, Unamuno pudiera haber asociado las que sonaron ante su tumba con los propios versos que años atrás escribiera: “No un manojo, una manada / es el fajo del fajismo; / detrás del saludo nada, / detrás de la nada abismo”.
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Ilustración: © https://teomoreno.wixsite.com/fotografo
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