DE LAS BACTERIAS
- Javier Figuero
- 18 ene 2020
- 3 Min. de lectura
Aunque he puesto voluntad, no he logrado disfrutar hasta ahora en el mundo creativo de las polacas Wislawa Szymborska y de Olga Tokarczuk, premios Nobel de Literatura en 1996 y 2018 respectivamente, pero entendería cualquier distinción de importancia a la primera por las deliciosas respuestas con que satisfizo en su día, desde la revista Vida Literaria, las dudas de seguidores apremiados por la necesidad de confirmar su presunta capacidad como escritores. Os dejo una que tomo del libro Correo Literario, título asimismo de la correspondiente sección en la revista: “Las fábulas de animales, moraleja incluida, están algo pasadas de moda, pero, en todo caso, dedicarse a ese género exige originalidad… Le rogamos que busque animales que Esopo no tuvo en cuenta. ¿Qué le parecerían, por ejemplo, las bacterias? (a Paulina, Jelenia Góra)”.
Pese a que empiezo a acostumbrarme a la insoportable idea de que nunca ganaré el Nobel de Literatura, ciertas personas, a las que Facebook cataloga de mis “amigos”, me han pedido por privado que juzgara alguna de sus creaciones y, como soy un hombre muy fácil, no he sabido articular nunca una resistencia convincente. Me pasó con dos deliciosas mujeres que me solicitaron sendos prólogos para los libros que publicarían y, en ambas experiencias, disfrute con la tarea, lo mismo que sigo haciendo con su amistad, fuera ya de los esquemas de la Red. Confieso, en todo caso, que mi resistencia a este tipo de requerimientos se ha hecho más firme y, no solo por asumir esfuerzos que no me corresponden, también porque, sin encontrar sentido a una sinceridad que pudiera resultar hiriente, relativizo mi capacidad de oráculo, ya devaluado, como si fuera un crítico de esos periódicos, llamados independientes, rendidos a las grandes editoriales y a sus aburridos best sellers.
No, hasta aquí hemos llegado, juzgar es una dedicación tenebrosa, tanto que te obliga a ejercerla contigo mismo. Hace años tuve oportunidad de entrar en el mundo de la edición de libros y nunca me he arrepentido por no pasar esa puerta. En la oferta que Facebook pone cotidianamente a mi disposición, leía recientemente el post de un hombre, de mediana edad en apariencia, ideado directamente contra el mundo. Guarda cinco originales sin que se le ofrezca por ellos otra cosa que la autoedición, seguida de una labor personal para comercializar los ejemplares. Con la impotencia por delante del vocacional rechazado, se lamentaba de la falta de editores “visionarios” capaces de apostar por obras como la suya a la que dedica esfuerzos e ilusiones. Gritar contra el destino desahoga una barbaridad.
Publicar con cierta dignidad nunca ha sido fácil, pero, a los vírgenes de la experiencia, les anuncio un mundo convulso que podría ser beneficioso para ellos; siempre encuentro atractivo en el caos: Las librerías van a desaparecer, como también los distribuidores y los espacios de exhibición serán virtuales o no serán. También desertarán poco a poco los lectores, seducidos por actividades más interesantes, como la socialité, con lo que el fracaso literario no podrá estigmatizarnos y seréis libres de seguir tranquilamente Tele 5 sin ápice de remordimiento. Mientras tanto, si vuestra voluntad de permanecer en el ocaso de este mundo está hecha “a prueba de bomba”, no acudáis a personas como yo buscando una palmada en la espalda porque seguramente os merecéis gente que os golpee más fuerte y con mayor autoridad. Eso sí, “tomaos en serio cada detalle, puesto que no sabemos qué hace que cierto libro funcione mejor que otro”. Es el consejo que leo en el epílogo de Lector Voraz, las memorias de Robert Gottlieb, editor de Toni Morrison, Doris Lessing, John Le Carré y muchos otros grandes. Un buen consejo que yo puedo mejorar todavía en la estela de la Szymborska: Escoger muy bien vuestros temas y no piséis por donde pisaron… ¿Qué os parecería, por ejemplo, las bacterias?..
© Javier Figuero
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Foto: © facebook.com/Teo.Moreno.fotografo/
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