NIRVANA EN LA DEHESA
- Javier Figuero
- 23 ene 2020
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Muy citado en décadas pasadas, el historiador inglés Arnold Toynbee anunció a mediados del siglo XX que uno de sus acontecimiento más significativos sería la llegada del budismo a Occidente, y yo, aficionado a interpretar el mundo, lamento no haber sido capaz de presagiar que uno de los más significativos del XXI sería la llegada del budismo a Cáceres, revelación ahora de su alcalde. Si nada lo remedia, en terreno cedido por el municipio se construirá pronto el mayor templo budista de Europa con reliquias del mismísimo Buda y residencia para 20 monjes y un Buda sedante de 350 toneladas de peso y 40 metros de altura, también el más alto del mundo. ¡A lo grande, qué coño!
Decidido a convertir Cáceres “en una de las paradas obligatorias del circuito espiritual mundial”, el alcalde ha viajado ya a Lumbini, Nepal, cuna de Buda, y ha recibido al homólogo en la que rige, fusión en su día de las tres culturas que convivieron durante siglos en la península ibérica, y que, todo parece indicarlo, serán pronto cuatro. Y, como “convivir” es acordar intereses, el munícipe extremeño plantea su iniciativa como "un salto empresarial de carácter internacional", pues asegura que el proyecto “atraerá a decenas de miles de turistas cada año”. Un planteamiento economicista que habrá aquilatado convenientemente, pues no hay que ser agente de Bolsa para afirmar que el templo de Santiago de Compostela, la mezquita de Córdoba o la judería de Toledo siguen siendo valores seguros del mercado, lo que aspira a hacer el alcalde de Vigo con el derroche de luces que en los últimos años dedica a celebrar el repetido nacimiento de Jesús.
Abel Caballero, el regidor / electricista gallego del que hablo, es socialista, como su correspondiente de Cáceres, Luis Salaya, pero, en época de aparente escepticismo, los dogmas religiosos (o las ciencias del espíritu, como algunos definen el budismo) mantienen su referente moral, por encima incluso de los políticos, a condición de que se revelen utilitarios, lo que estos no siempre muestran. Al fin, aquellas ideologías colectivistas, los utopismos sociales, pergeñadas en los dos últimos siglos y que llegaron al apogeo con el marxismo, derivaron en la insatisfacción que los perpetúan. También habría que reflexionar sobre el fracaso de la educación en las democracias, fundada teóricamente en la tolerancia, que no logran imponer el laicismo como verdadero referente de aquello sobre la base del respeto. No deja de ser curioso que el proyecto de Salaya fuera antes aceptado por la entonces alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, y su equipo, adalid del feminismo, cuando el budismo cuestiona que, a diferencia del hombre, la mujer pudiera llegar a la Iluminación, al Nirvana, y transmite un claro tufo machista. Pero no, no creo que fuera la razón por la que acabara apartándolo el trifachito; no hay que hacerse ilusiones.
Iniciado por Buda y rendida Madrid, Salaya, revelación así del siglo como el gran estadista extremoduro, busca para su región el establecimiento de “relaciones directas con el mercado asiático, tan relevante hoy”, sin que le parezca necesario acotar su ambición, que pudiera cuestionar, o no, la China que ha venido haciendo de la ocultación imposible del genocidio perpetrado en el Tibet bandera de sus relaciones diplomáticas o la Myanmar (Birmania) impulsora reciente de la tragedia roingya.
Aunque todo pudiera acabar en un experimento de budismo Zen tan de moda en los años 70 del pasado siglo con el hartazgo de la Guerra Fría en universidades norteamericanas como Berkeley, no voy a negar mi recelo a este experimento “espiritual” asumido por un municipio socialista, por más que en su día los Éluard, Breton, Aragón o Desnos, curioso ejemplo, se decían “fieles servidores del Gran Lama” (La Révolution Surréaliste. Abril 1925) siéndolo de Stalin. Conociendo nuestra historia y la extremeña en concreto, que tanto aporto a la causa de la expansión del cristianismo, siento incluso un cierto temor de que nos lancemos en cualquier momento a una nueva misión civilizadora por el mundo, esta ver para enseñarlo a meditar en las verdades de Buda. Y, luego, ese materialismo tan insano que se exhibe, pero que tampoco me hacen rasgar las vestiduras. Le leí al ensayista italiano Guido Ceronetti que, en el curso de una visita oficial, el alcalde de Milán recibió el ruego de las autoridades de Belén para que se instalará allí una fábrica de la Fiat. Pero quizá basaban la misma en un precepto del Eclesiastés y yo no soy un especialista para distinguirlo. Malraux mostró estar mucho más preparado cuando anunció que “el siglo XXI será religioso o no será”. Recuerdo la frase al munícipe de Cáceres; puede ser argumento para acabar de convencernos de su eficacia.
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