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DE TU QUERIDA PRESENCIA

Iconoclasta por elección, he tenido desviaciones en la conformación de una mitología personal que, si hoy decido sencillamente “estética”, me gusta asumir con todas sus consecuencias. Ernesto “Che” Guevara cuenta en ella y seguirá contando en “mi siempre”, por más que acepte considerar materia de discusión argumentos contra la praxis de este santo laico, cuya feligresía rompe los moldes de la iglesia marxista y sirve al rezo de quienes dan su fe a las personas que perdieron la vida por un mundo mejor.


“Aquí se queda la clara,/ la entrañable transparencia,/ de tu querida presencia, / Comandante Che Guevara”… Rezo estos días de nuevo la canción de Carlos Puebla (si “agarro” una, me cuesta “soltarla”) cuando cumplen 60 años desde que Alberto Díaz, Korda tomará al guerrillero la mítica fotografía con boina negra y mirada perdida en el entierro de las víctimas de una explosión ocurrida en Cuba, aunque el mundo no la conocería hasta siete después con la edición de su Diario en Bolivia, donde dejaría la vida. Ofrecida generosamente por el artista para “la difusión de la memoria” de Guevara y “la causa social de la justicia en el mundo”, yo la he consumido, por ambas cosas y según la edad, en pins, posters, camisetas y otros objetos, la mayoría de los cuales quedaron en el camino de la vida. Siempre junto a mi mesa de trabajo, guardo, eso sí, un maravilloso dibujo de Santalla que la toma como base y que me recuerda, al tiempo, al Che y a mí.


Guardo otras muchas cosas que me recuerda a ambos: la primera edición de 1968 de los “Diarios de Motocicleta” del estudiante de Medicina Ernesto Guevara, testimonio de su primer viaje por Latinoamérica realizado con su amigo Alberto Granado, del que conservo también su versión de 1978, “Con el Che por Sudamérica”. Salieron el 4 de enero de 1952 de Córdoba, Argentina, en la Norton de este y durante siete meses recorrieron su país y Chile, donde abandonaron la moto, ya inservible, para seguir en buques cargueros, camiones o autobuses como polizones y autostopistas e incluso a pie por Perú, Bolivia o Venezuela. Tras la mítica de la irrealidad propuesta por Ulises, esta aventura de lo realizable despertó definitivamente en mi la fascinación por el viaje, con la que aun encelo mis días. Decisivo, asimismo, en mi vida profesional, sería el reportaje tras la muerte en Bolivia del Che de Miguel de la Quadra Salcedo, que viera en su día en el programa En Portada de Televisión Española, donde, años después, tuve la suerte de trabajar como reportero internacional y de hacer amistad con Miguel, ya encelado para entonces con otros asuntos.


Leí hace unos meses el libro “Hija de Revolucionarios” de Laurence Debrey que, publicado en Anagrama, ha reactualizado en mí una época en la que la figura del Che centraba un ámbito particular de mi cultura. Miembros de la burguesía de sus países de origen, ella es hija de una antropóloga venezolana de extrema izquierda y de Regis Debray quien, tras abandonar la prestigiosa Escuela Normal Superior de Francia desarrolló un papel revolucionario en Cuba al lado de Fidel Castro y el Che, antes de seguir a este a la trampa boliviana, donde acabó en prisión y de la que solo la fuerza de la diplomacia francesa logró sacarlo. Seguí sus escritos en aquel periodo y su trayectoria posterior como asesor del presidente Mitterrand, que nombró también a la madre directora de la Maison de l’Amérique latina. Laurence deja claro en el libro que nunca entendió la trayectoria de sus padres, de la que se distancia. En las páginas se declara “fan” del rey de España Juan Carlos I, al que había dedicado ya una biografía consentida, sin que sus orígenes fueran ajeno al logro. Ya lo dijo el torero: “¡Hay gento pa to!”.


Yo soy más “fan” del Che, para qué engañarnos, aunque entiendo las críticas que aun despierta. En realidad, yo mismo tengo mi lado crítico que aportar: no le soporto como poeta; se podía haber ahorrado los versos que le dedicó a Fidel Castro: “Vámonos ardiente profeta de la aurora…”. Pero, ya se sabe, nadie es perfecto. Por lo que despertó en mí, me subí un día al pecho de su camiseta en el libro bilingüe “Cítoyen Lambda / Ciudadano X” que, con el seudónimo conjunto de Adán Pudel publiqué hace años con el fotográfo Teo Moreno en Francia, todo sobre la foto mítica de Korda, cuyo aniversario saludo. A mí me parece que el guerrillero me lleva con mucha dignidad, como yo le llevo aun, lejos del paso del tiempo. Y “aquí se queda la clara,/ la entrañable transparencia…”.

© Javier Figuero

facebook.com/javier.figuero.autor/

Ilustración: © Adan Pucel

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