QUE CUENTEN CONMIGO
- Javier Figuero
- 22 abr 2020
- 3 Min. de lectura
Apenas hice crónica parlamentaria en prensa, lo que no lamento porque en las legislaturas con mayorías definidas todo discurre de manera rutinaria, abstracción hecha de que hablo de España, donde hasta las evidencias se aceptan con mala fe. Es curioso que un escritor como el francés Lesage, que inspiró gran parte de su obra en la literatura picaresca y satírica española, acuñara en el siglo XVIII esa repetida sentencia que hace “obstinados” a los hechos, pues nada hay en nuestro país que no pueda ser desvirtuado; más de veinte mil muertos enterrados con nocturnidad y alevosía es, por ejemplo, para muchos, una buena gestión de la crisis. No será la rutina lo que defina al actual periodo legislativo, la exigua mayoría de gobierno y la falta de posibles alternancias, concede al periodismo en las Cámaras un atractivo irresistible. Si, como en otras ocasiones de alta intensidad informativa, me llama ahora el New York Times para cubrir la Comisión por la reconstrucción nacional que han pactado los partidos, me aplico a la tarea de inmediato. Es más, tomaría incluso la iniciativa, aunque eso baja el caché profesional una barbaridad. Daría lo mejor de mí mismo, frase que impresiona mucho a los americanos.
8% de bajada del PIB, 13% de contracción, un millón de parados más sin contar los que viven de la economía sumergida… Es el presagio devastador para nuestra economía, sin parangón en Occidente. Adelantadas por organismos de peso como el FMI y el BNE, las cifras fuerzan una negociación viciada por el cainita recelo de los partidos. Pero yo no soy pesimista, estamos en buenas manos, cuando Pablo Iglesias repita ante ellos que comprende muy bien las necesidades de la gente humilde porque tiene una gran casa con amplio jardín por donde corretean sus pequeños, los colegas de Comisión no podrán por menos de enternecerse, pues, con la del populista, todos verán también sus propias realidades. No teman quienes tienen que apañar su confinamiento en cuarenta metros cuadrados y la cotidianeidad familiar con el ERTE; sus representantes conocen el problema, les comprenden.
Pero, ¿sufro yo mismo un ataque de populismo expresándome de esta manera? No, no, qué va. Como a Adorno después de Auschwith, empieza a parecerme inmoral escribir un poema o un relato después de tanta tragedia, o mientras se prolonga. El periodismo, la literatura, es decir, la crítica, está de nuevo en entredicho porque “ha sido incapaz de impedir lo inhumano”. Aceptémoslo, las circunstancias convierten en ridículas las exigencias morales. Lo que toca es ponerse detrás de los políticos, su indolencia les protege de cualquier remordimiento moral o histórico; la crítica es inhibidora, no lleva a ninguna parte. Cuando se comprueba la escalada de perfiles falsos en las redes sociales subidos para aplaudir la gestión de esos sacrificados servidores públicos en cualesquier color del arco iris, las iniciativas con las que se intenta censurar la peligrosa libertad de expresión, los trucos empleados para falsear testimonios que implican a los propios muertos, uno no puede sino lamentar la propia irresponsabilidad de haber dado crédito al pensamiento libre, por lo que volver al redil es una liberación.
Si finalmente llegó a un acuerdo con el New York Times para cubrir la Comisión por la Reconstrucción Nacional de España daré lo mejor de mí mismo, mi nuevo ideario no puede defraudarles; sin más explicación, no creo que difiera del propio. Hablaré de esos grandes políticos que se encerrarán en el Congreso de los Diputados para no dejar a un solo español atrás. Sin exigencias, sin críticas, porque eso podría hacerme sospechoso de complotar contra la democracia. Y, si un día, por acuerdo de la propia Cámara, hay que guardar un minuto de silencio por la muerte del periodismo, me coja donde me coja, allá en la tierra como en la tierra, que cuenten conmigo.
© Javier Figuero
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