ARQUEÓLOGA
- Javier Figuero
- 13 feb 2017
- 1 Min. de lectura
Hoy he llegado tarde a una cita. Y no por problema de transporte urbano, porque perdiera la noción del tiempo, accidente doméstico o sorpresa de última hora. Familiarizada, en todo caso, con una modernidad compleja que normaliza lo imponderable, mi interlocutora, agraciada joven, no se sintió interesada en conocer las razones del retraso. Encontraba atractiva mi madurez, maravillosa disculpa para todo extravío. Yo estaba corrido, porque soy un caballero de los de toda la vida, de modo que no paré hasta abrirle mi corazón.
“No he interiorizado lo nuestro”, dije, para luego agregar: “Me da miedo quererte”… Para entonces, ya estábamos en el dormitorio, donde seguí con la perorata: “El amor me haría aún más vulnerable que el paso del tiempo. Compréndelo, he cumplido ya setenta años, la edad de ser un caballero… Quizá preferiría eludirte de manera consciente”…
Me tranquilizó: Su vocación era la Arqueología. Como evidencia, había pasado la noche anterior con un ultranacionalista de diecisiete años cumplidos.
© Javier Figuero
Comentarios