SOBRE LOS GENITALES
- Javier Figuero
- 17 may 2020
- 3 Min. de lectura
Pendiente de superar la prueba que lo llevará a la universidad, un amigo me cuenta que su hijo ha decidido estos días ser epidemiólogo, aunque teme que las universidades exijan capacitaciones muy altas para la especialización, ante la avalancha de aspirantes que prevén. Cuando no vienen de fábrica, las vocaciones son reflejo de una coyuntura y los telediarios siguen teniendo su morbo. El epidemiólogo de hoy es el Messi de ayer.
Desconfiado con las modas al verlas sucederse por mis días con la fugacidad que le son intrínsecas, confieso que prefiero a los que son lo que aman ser, sin dependencias de usanzas, aunque no siempre los comprenda. Tengo un amigo que desde el colegio quería ser proctólogo, y lo es, de modo que, cuando nos encontramos, me alcanza su satisfacción por lo que ha logrado. Especialista pues en el tracto final del aparato digestivo, que, a buen seguro, explora con profesionalidad en sus pacientes, le he dicho alguna vez que a mí me hubiera resultado difícil comunicarles en su día a mis padres sus mismas intenciones, aunque admito que nadie tiene derecho a condicionar tu vida. “Papá, de mayor, quiero ser proctólogo” … No sé, desde el respeto, por supuesto, no acabo de hacerlo mío.
Sin que pueda decir que lo comprenda, me hubiera gustado conocer a ese investigador inglés que acaba de descubrir un hongo en el aparato genital de los mosquitos con el que pudiera llegar a proteger a los humanos contra la malaria. Esto tiene una importancia tremenda, porque la enfermedad mata cada año a unas 400.000 personas, la mayoría en África, muchas más de las que cuenta el Covid 19, aunque el mundo parezca resignado a ello, quizá porque en los lugares de influencia de aquel mal no hay bares ni restaurantes. Conocer al referido científico inglés para expresarle mi reconocimiento a su extraordinaria labor y, si llegará la oportunidad, preguntarle por esa suerte de vocación que lleva a un hombre a estudiar el aparato genital de los mosquitos; como periodista, soy curioso, qué queréis, no puedo remediarlo. Confieso que, a mí, me hubiera resultado difícil comunicarles en su día a mis padres sus intenciones, aunque admito que nadie tiene derecho a condicionar tu vida. “Papá, de mayor, quiero estudiar el aparato genital de los mosquitos” … No sé, desde el respeto, por supuesto, no acabo de hacerlo mío.
Pero aquí lo verdaderamente importante no son mis incapacidades, no soy yo; tendemos a mirar el mundo a través de nuestro ombligo y, es palmario que mucho más importante que el mío, es el mundo que se ve a través del tracto final de nuestro aparato digestivo o del aparato genital de los mosquitos. Repetid conmigo: “Basta de egos” … Y no, no es mi estilo ser explícito; prefiero, con mucho, excitar la imaginación de mis lectores, reflexionar junto a ellos. Mirando a través de donde mira cada día, mi amigo el proctólogo sabe bien lo que somos los humanos y el científico inglés que pudiera acabar con la malaria está en condiciones de valorar el sexo del Plasmodium falciparum, parásito causante, para hablar con propiedad, frente al de quienes somos, al fin, simples humanos.
Como todos vosotros, yo también me he enseñado alguna vez ante alguien conformado con lo que llevaba entre las piernas, pero hoy hemos de admitir que, con ello, nunca hemos podido curar a 400.000 enfermos de paludismo por año y, a fuerza de sincero, que no de humilde, diría que, en mi caso, ni tan siquiera un constipado en toda mi vida. Ya está bien de presumir de ser la raza superior teniendo cosas tan inferiores. Un simple hongo en el lugar preciso nos ha puesto en nuestro sitio.
© Javier Figuero
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