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TE VOY A COMER ENTERA

Una crítica de etiología histórica superaría esta banalidad, pero, meditadas, no podemos avergonzarnos de nuestras conclusiones. Si no nos respetamos a nosotros mismos, no podremos esperarlo de los otros. Así, yo estoy de acuerdo con los que vieron en el imperio romano el modelo de los totalitarismos que asolaron el mundo el pasado siglo. La Italia fascista estructuró las milicias en el modelo de las legiones, pero fracasaría con ellas en su intento de mantener la colonia africana de Eritrea. Para entonces, la voluntad de industrialización y una nueva agricultura expansiva había terminado allí con el cultivo de la sandía, índice no menor de la tragedia que se avecinaba.


Los romanos prefirieron las uvas y, por fidelidad histórica, en las escenas orgiásticas en que actuaban, los emperadores que salían en el cine siempre tenían un racimo en una de sus manos. Menos acostumbrados, solo los pobres trabajan las orgías con las dos manos, es su temor ancestral a la fugacidad de lo bueno. Por mi parte, si alguna vez me regaló la vida esa experiencia, siempre preferí acabarla comiendo sandía. Me molestan los monarcas y las noblezas, no pierdo oportunidad de evidenciarlo.


Originario de África, el cultivo de la sandía se extendió por los otros continentes y una de las pocas cosas por la que me siento orgulloso de ser español es porque el nuestro es el país que más kilos de sandía produce por metro cuadrado en el mundo. No soy de los que denigran lo suyo si lo merece, ni de los que se avergüenza por el referente de sus placeres. En EEUU existe el estereotipo de que la población negra gusta en exceso de la sandía y se utiliza con intención racista. Los libertos de color que salieron de la Guerra de Secesión la cultivaban, comían y vendían, y los frustrados blancos sudistas les burlaron por ello. Sandía era ignorancia, pereza, pobreza, y eso se representó en una variada iconografía presente todavía en las campañas presidenciales de Barack Obama para denigrarlo. Grotesco argumento que se vuelve ahora contra los blancos. Las últimas investigaciones muestran que el alto contenido en la sandía de L-citrulina favorece el flujo sanguíneo del pene. El mito de la superioridad sexual de los negros pudiera justificarse en los atracones que se daban del fruto cuando los blancos les negábamos el pan y la sal. Una vez más, quien ríe el último, fornica mejor.


No lo digo por presumir, pero a mí siempre me ha gustado mucho la sandía. De niño me fascinaban esos puestos callejeros en que se las abrían a los compradores para presumir de calidad. Diría más, tanto como los edificios azules de Samarcanda o Bujara admiré en su día las enormes sandías que se cultivan en el entorno, como nunca viera en lugar alguno. No me extraña que Uzbekistán progrese al ritmo que lo hace. O China, donde es de buen gusto regalar a la mujer una sandía. Después de ver el efecto que producía allí, copié el gesto con la que me enamoraba por entonces y, al entregarle el presente, le dejé clara mis intenciones: “Te voy a comer entera”, le dije, jugándomelo todo a la carta de la ambigüedad; tenía el día gracioso. Pero ella destrozó el fruto convencida de que en su interior encontraría el diamante que me había dicho preferir por su aniversario. Me abandonó tras la exploración, después de arrojarme las cáscaras a la cara para que me las comiera “enteras”. Hoy pienso que no me merecía.


No quiero extenderme; cuando hablo de las cosas que me gustan, se me confunden las distancias, pero siempre trato de conciliarlas con lo cotidiano. A más de hincar la rodilla en tierra como antirracista que soy, tengo claro que, comiéndome una sandía, hago un gesto a favor de la integración de las razas. Y que, por republicano convencido, después de amar, procedo a degustar otra. Lo que suma, claro, a la que engullí para llegar a amar; que todo quedó ya explicado. Siempre con pepitas, no soporto las adulteraciones.


© Javier Figuero

facebook.com/javier.figuero.autor/

Foto: © facebook.com/Teo.Moreno.fotografo/

https://teomoreno.wixsite.com/fotografo

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