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EL SILENCIO

Cuando el Perseverance se posaba en el cráter Jezero de Marte y sus micrófonos registraban un minuto de la reveladora sonoridad del planeta, hice lo propio con el equipo de altísima sensibilidad que tengo en la habitación de trabajo de mi casa, Madrid, España. Dejaron huella aquí el ruido de la cisterna del vecino de arriba, los avisos de dos entradas del WhatsApp en mi teléfono móvil, una tenida de tertulianos en una emisora de televisión que no sabría precisar y unas notas del entrenamiento en el contrabajo de Julito, el vecino de abajo, un chico estupendo, ejemplo de la nueva juventud española, que, tras repartir paquetes de Amazon durante seis horas, en vez de tirar piedras a la policía, dedica otras cuatro del día a perfeccionar su técnica musical con el instrumento, su gran pasión. Confieso que, por un tiempo, me perturbaba, pero un día llegamos al acuerdo por el que podía elegir el programa, lo que me permite acoplar su oferta con mi sensibilidad del momento. Esa tarde interpretaba el Gran Allegro de Domenico Dragonetti y suspiré en el recuerdo de una mirada que llevaba la dirección contraria en el Gran Canal. En el tiempo de grabación quedaron ciertas notas del compositor veneciano convocadas por el arco de Julito y algunos de mis suspiros. Para entonces, el equipo de audio del Perseverance era testigo de lo que ya se conoce como “la brisa del planeta rojo”.


No hay color. Me refiero a la comparación entre la agresión sonora en uno y otro lugar. Antes de dar al play de mi equipo andaba yo en plena desesperanza para resolver el primer cuarteto de un soneto que se me corregía sin remedio en un rap y, solo al apretar el stop, comprendí que esos ruidos de ambiente distorsionaban mi mente con consecuencias imprevisibles, que lo mismo podrían llevarme a cortejar a la ministra de Defensa, Margarita Robles, o cualquier otra influencer del momento, que a convocar a mis seguidores para quemar contenedores y, ya puestos, la Puerta del Sol de Madrid o el Liceo de Barcelona.


Pero, ¿es el ruido el responsable de la radical inadecuación entre palabra y sentido, tal como planteara en su día el poeta Celan? No le responderé, sería soberbia de mi parte. Sí mantengo que no es esta la era propicia de la Tierra en que el silencio aporta prestigio. Algunos aludimos a su necesidad, pero a todos nos horroriza su vacío. Hubo otras en que los indios navajos esperaban varios minutos antes de responder a una pregunta o dar inicio al turno de la conversación a fin de interiorizar sus lógicas y respetar al interlocutor, pero, ahora, Echenique, el portavoz parlamentario de UP, dice la primera chorrada que se le ocurre ante el temor de que el operador de televisión giré la cámara al correspondiente de otro partido, que no siempre le mejorará, por difícil que parezca. Si el silencio fue la capacitación de los místicos y de los amantes de la naturaleza, hoy es un desencadenante de la angustia, mientras la reflexión cuestiona al practicante. Los místicos se han hecho pederastas y la España vacía solicita el rescate.


Con este texto propongo a la NASA que haga de los poetas los inmediatos habitantes de Marte, antes de que lleguen los turistas en las naves de Tesla. Sé que es una buena idea. Vayan los émulos de San Juan de la Cruz, continuadores de su “música callada”, o del Nobel belga Maurice Maeterlinck teórico de “la visión mística del silencio” pergeñada en su maravillosa casa de Niza frente al Mediterráneo, luego un hotel desde cuya terraza gocé muchas mediodías el mar con una copa de vino ambarino de la Provence en las manos. Sí, los poetas primero. Y, para comenzar, esos que, como yo mismo, enseñamos nuestros versitos en las redes sociales. En realidad, Marte me importa un bledo, pero el silencio en la Tierra será atronador.


© Javier Figuero ( javierfiguero.com )

facebook.com/javier.figuero.autor/

Foto: © facebook.com/Teo.Moreno.fotografo/


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