JAVIER REVERTE, EL VIEJO Y EL NIÑO
- javierfiguero
- 31 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 2 nov 2020
Me llamó hace unas semanas. Estaba “desahuciado” por los médicos, los tratamientos que le aplicaron contra el cáncer habían fracasado. Quería que comiéramos juntos “para celebrarlo”. Luego retrasó la cita concertada porque decidió viajar a Turquía a fin de completar el nuevo libro que se traía entre manos. Le encontré muy cansado e interpretó la preocupación que no quise mostrar justificando el motivo del aplazamiento: hasta el final, viviría como vivió; escribir, viajar, familia, amigos... No renunciaría “a nada”, y esto no me asombró; era fuerte hasta en la debilidad, valiente también para concluir, rasgos de su personalidad.
Javier Martínez Reverte (utilizó sus dos apellidos como periodista) llegó muy joven a la profesión, la que ejerció su padre, Jesús Martínez Tessier, y a la que se sumarían dos hermanos, Jorge e Isabel; también la de su mujer, Chelo León. Su recorrido en el diario Pueblo ganó en prestigio como corresponsal en Londres y Paris. Regresó a España al final del franquismo en la cercanía ideológica del PCE y, en plena descomposición de UCD, se relacionaría con el PAD, improvisado por Fernández Ordóñez para coaligarse con el PSOE, el de la primera victoria en las elecciones generales de 1982. Tentado entonces para concurrir en la lista al Senado, optaría finalmente por apartarse de la política y mantenerse en el periodismo. Hasta su cierre en 1984, coincidimos como subdirectores del diario citado y, luego, en En Portada, espacio de reporterismo internacional de TVE. La relación personal fue demasiado intensa hasta hoy para reducirla a un punto y seguido.
Aunque entregó antes un par de novelas, Javier Reverte (ahora con esa firma) alcanzó un primer éxito de ventas significativo con El sueño de África, libro que rechazaron varias editoriales antes de que lo publicara Muchnik en 1996, y que alumbró un escritor de viajes incansable, imaginativo e intrépido. En el eco de experiencias de grandes creadores, remontó el río Congo, el Amazonas o las fuentes del Nilo, se perdió por Alaska, China y Centroamérica o persiguió el rastro de la belleza que ensimismó a sus referentes clásicos por Grecia o por Italia... Su bibliografía muestra la sed insaciable por conocer y humanizar lo descubierto, sin que diste de estar cerrada, pues deja mucho material, mucha vida escrita, que irá viendo la luz, o lo imagino. La obra cierra el círculo de la vida: “Desde muy pequeño, viajar me parecía la mejor de las aventuras”, contó Javier en La Aventura de Viajar. “Después, mi trabajo como periodista convirtió el viaje en una parte de mi oficio. Más adelante, los viajes se hicieron importantes en mi tarea de escritor. Luego, se transformaron casi en una droga. Ahora, los vivo como una aventura. El viejo regresa al lado del niño”. Por llegar a los lugares que idealizara desde que fuera esto con los libros de ensoñación entre las manos, arriesgó cuando se le hizo necesario y pudo ser fusilado en el Congo y bordeó la muerte por malaria en Brasil. Nada le amilanó para persistir; el niño se sentiría orgulloso del viejo. Los dos quisieron una misma cosa: “Siempre tuve el propósito, hasta donde mi memoria alcanza, de ser escritor”, confesó Javier en el mismo volumen. La narración de viajes fue solo uno de los géneros con que completó el propósito; publicó poesía y varias novelas. Con Barrio Cero ganó en el 2010 el premio Fernando Lara de esta modalidad.
He resaltado la fortaleza, la valentía, como rasgos del carácter de Javier; señalo también el entusiasmo con que se implicaba en lo que elegía y con quien elegía, pues, entonces, lo que pudiera parecer pequeño, lo convertía en apasionante: la pesca de atunes en Garrucha, las fiestas de verano en las aldeas de Asturias, lugares a los que se sintió ligado; las conversaciones con amigos, sus paseos por Valsaín, donde se encerraba a escribir en los últimos años... Fue un enamorado de la vida y, cuando se la pusieron plazo, se mantuvo enamorado de la que le quedaba hasta que nada le quedó. Compartí con Javier tiempo, intimidades y devociones. Su amistad me llena de recuerdos y me deja un gran vacío.
Nota: Reproduzco esta foto porque le gustaba espacialmente. Le hablaba de un tiempo de ilusiones. A mí también.
© Javier Figuero ( javierfiguero.com )
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