LA COLA
- javierfiguero
- 27 nov 2021
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De un día para otro, en el insondable curso de los tiempos, los (las, les) seres humanos nos quedamos sin cola, siendo así hoy de las pocas familias de mamíferos que la carecen y los solos homínidos en tal inferioridad, lo que bien puede acomplejarnos ante los chimpancés, gorilas u orangutanes, más fuertes que nosotros y, sin señalar, en ocasiones, más inteligentes y hasta guapos. Avalado por una revista científica de prestigio, el descubrimiento me ensombrece, pesada carga para llevar callado. Sucedió a causa de la movilidad alcanzada por nuestra especie y no consecuencia de mutación, que pudiera aceptar la razón. Con independencia de la valoración utilitaria y hasta estética que cada cual conceda ahora a la que hubiera sido su cola, no deberíamos obviar que el hecho pudiera repetirse cualquier día con cualquier otra parte de nuestra anatomía, pues la lección no nos sirvió para moderar el paso desenfrenado con que conducimos la existencia. Yo no lo obvio y, conocida la noticia, me empeño en una especie de proceso inverso al que realizará Mary Shelley cuando juntó restos de cuerpos para construir a Frankenstein. Lo estoy pasando mal. Por las mañanas me despierto protegiendo con las manos esa parte del mío que no quisiera perder. El punto exacto en que me besó la última mujer de paso con los restos de amor que aún le quedaba por gastar.

© Javier Figuero ( javierfiguero.com )
Foto: © Adán Pucel
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