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LO GRIEGO

Me niego a la demonización concluyente del covic, embrutecido por epítetos violentos. No ya en castellano, emplazado con términos tan terribles como pandemia, epizootia, peste o epidemia, es que la cosa no mejora al cambiar de lengua y, solo a título de ejemplo, en algunas con las que me siento más cómodo: пандемия en tártaro, annoba en hausa, દેશવ્યાપી રોગચાળો en guajarati. Cierto, ¡pone los pelos de punta! Pero os precipitaríais si llamaseis vanidad al despliegue de conocimientos; soy fiel a mi civilización y, cirineo del grupo poblacional que me acoge, asumo la vergüenza colectiva. Y es que manda huevos que tengamos que aprender el alfabeto griego por la nominación recurrente que hace la OMS de las variantes del mal: alfa, beta, delta, ómicron… Mientras los planes educacionales del gobierno condenan las Lenguas Clásicas y la Filosofía, alumbrados en beneficio de presuntos saberes útiles que incidirán en la dinámica de competitividad e individualismo, la esperanza para la razón es un bicho raquítico bautizado con el esfuerzo de Homero. Nunca serían más necesarias como ahora esas disciplinas. No pierdo la esperanza de que, a base de nombrar sus letras, lleguemos a valorar el conocimiento que nos aportaron quienes las utilizaban. Deplorando perniciosos efectos, el covic revoluciona el pensamiento. Protágoras enseñó que la verdad no es única, pero los atenienses pagaron la lección expulsándole de la ciudad. No tengo motivos para imaginar que los políticos que censan los nuevos programas de estudio vayan a ser más tolerantes conmigo, pues su verdad me gusta cada vez menos.



© Javier Figuero ( javierfiguero.com )

Foto: © Adán Pucel (escultura del rostro del autor encontrada en Atenas)

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