POR LA GORRA

Me ha gustado mucho la reciente campaña de Donald Trump por las presidenciales de EEUU y, antes de que penséis que he enloquecido, remito al número de votos obtenidos, pues no es fácil hacer pasar el carbón por oro cuando lleva cuatro años manchando las manos del mundo entero. En realidad, el candidato republicano a la reelección ha concurrido sin programa y, antes que propuestas, la página web de campaña se limitó a testificar presuntas promesas cumplidas de los comicios del 2016. Ante los electores, esta vez Trump quedaba reducido a su “Make America great again”, un mensaje difícilmente evaluable, pues remite a la consideración de lo subjetivo; a falta de cerebro, ha estado enseñando la gorra. Decisión inteligente, que, en próximas coyunturas, no dudo ponderará Iván Redondo, la teta en la que nuestro presidente Sánchez mama su estrategia cuando corresponden las tomas.

Conste que en este caso no descalificó a la nodriza ni tampoco al mamón (el que mama). Yo que cursé Ciencias Políticas, tuve por un tiempo la tentación de entender al profesional de esto como la sirena que seduce con su canto a esos marineros desnortados que navegan el proceloso mar de la insatisfacción social, aunque con ello vayan a estrellarse contra los rocas, que así dice la mitología. Porque, como el de las sirenas, el canto de los políticos no es la verdad, aunque quieran hacérnoslo creer, es solo una invitación al placer: pagaréis menos impuestos, repartiremos el dinero de los ricos, os protegeremos frente a las pandemias, no gobernaré con el chico de la coleta, no pactaré con quienes nos niegan... Mantenía Lacan que “la verdad tiene estructura de ficción” y, aunque no refería necesariamente a la que expresa el político, no dudo de que fuera su mejor ejemplo, pues justificaba la afirmación en la certeza de que era el ego del emisor el que hacía verosímil la realidad y eso es un retrato del arquetipo.

Hay que tener mucho ego para que Sánchez nos venda cada día una ficción. En principio, eliminar el castellano como lengua vehicular en las aulas, querer imponer y controlar una comisión de la verdad o dar carta de normalidad al nacionalismo violento sin muestra de arrepentimiento no parece fácil de vender, pero su ego es tan grande que se cree fiel a la burda ficción de sus mentiras en la campaña electoral, o las de la nodriza, a la que se paga para construirlas. Y, si no te la tragas, estás con el populismo reaccionario; este invento no sé a cuál de los dos atribuírselo. El concepto de la verdad de Sánchez es judeocristiano; como la de Dios, la suya está en el futuro, donde se hará realidad la promesa. Quizá se ha leído ya las encíclicas que la regaló el Papa en su reciente visita. Así, habla, nada menos, que de ir a un “cambio de época”, lo que en el diván del psicólogo Lacan le equipararía a los que se tienden vestidos de Napoleón. Hasta el pequeñito ego que le acompaña como portavoz parlamentario, Adriana Lastra, se atreve a mandar a la Historia a quienes debieran ser sus referentes en el socialismo; ¿habrá perdido también el juicio?

En la antinomia que define el gobierno actual de España, antes que en la judeocristiana de Sánchez, me posiciono en la idea marxista de la verdad modificada por la lucha de clases, que elimina la ofensiva idea de la mentira; algo es algo. Creo que Donald Trump se ha leído este capítulo de Engels y por eso ha renunciado a hacer promesas, pues serían modificadas por las clases, no te puedes fiar de ellas. Le ha salido mal, porque no es fácil vender el carbón como oro, pero, en lo que refiere a la promoción política, entiendo que él sí inaugura una época. Los programas electorales los carga el diablo. Antes que con mentiras, me gustaría ver a los próximos candidatos a la presidencia del gobierno de España con una gorra en la cabeza. Y a ver qué pasa.

© Javier Figuero ( javierfiguero.com )

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