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POR NARICES

Es un golpe bajo que los científicos presagien vida en el planeta Venus tras apreciar en sus nubes gas fosfórico, fluido pestilente que sería producido por seres animados. Para colmo, el astro lleva el nombre de la diosa del amor, pues es hermano de la Tierra, similar en tamaño, masa y composición, y, el nuestro, sin amor, sería un asteroide a la deriva. Por amar, vivimos; por vivir, generamos fosfórico, que los sabios dicen que huele a pescado podrido. Yo lo había notado en determinadas personas, pero les tomaba por guarros y procuraba evitarlos. Me molestaría tener que reconsiderar mi postura y pensar en ellos como luminarias del universo, reclamos por su tufo de los adelantados de otras galaxias que, agotada nuestra civilización, nos brindarán un camino de progreso sin tener que aprender el endiablado idioma chino.


Pero ya es evidente que la razón era la suya y que yo erraba, una vez más. Nunca pude creer en un dios hecho hombre cuyo detalle de humildad es lavar los pies a sus apóstoles; ni en su enemigo, ese demonio que huele a sulfuro, compuesto del azufre con fragancia a huevos duros. La Biblia hebrea no es precisamente un tratado de higiene, como tampoco la epopeya homérica, el otro gran pilar de la cultura occidental, gesta de unos griegos que se pasan diez años en el sitio de Troya y prolongan su sudor para regresar a Ítaca. Es la derrota del refinamiento, la de los romanos que modernizaban Judea y la de los pretendientes de Penélope que se acicalaban para conquistarla. La gran literatura ha sufrido su camino de perfección antes de llegar a los catálogos de Hermès o de Chanel. En la Francia que inventaba el lujo, Flaubert, estandarte de su narrativa, buscó en los prostíbulos de El Cairo a las meretrices más sucias. Montesquieu fue otro cerdo, un pozo de gas fosfórico llamando a las puertas de las constelaciones.


Los ingleses, que llevan prosperando muchos años hasta dar con Boris Johnson, dejan tras de sí un auténtico reguero de suciedad. Sin vergüenza alguna, hablan del saturday bath, el baño de los sábados, y recuerdo a la madre de una amiga, a la que visitaba una tarde con mi compañera en la preciosa localidad de Wrigth, ofrecer a los reunidos el agua de la bañera que acababa de utilizar y que todavía estaba “calentita”. Al día siguiente regresamos a nuestro flat de Londres sin siquiera lavarnos las manos, no fuera a ser que el grifo nos devolviera lo que ya le había dado a la propietaria. Por un momento, jugué a ser Napoleón, y, en el tren le pasé una nota a mi Josefina parodiando el texto que el militar le hiciera llegar a la esposa cuando ya avistaba Paris tras una batallita: “No te laves, llego pronto”.


Las consecuencias del descubrimiento en Venus no se harán esperar. A partir de ahora todo se hará “por narices”. Relacionada con las glándulas apocrinas, cabe imaginar que la bromhidrosis dejará de ser considerada una enfermedad, lo que descargará la atención primaria de la Seguridad Social, en el límite de sus capacidades. Subirá el consumo de alcohol, de cebolla, de tabaco, todo lo que huele peor, y consumo es fiscalidad y fiscalidad es prosperidad. Los dermatólogos aconsejaban a los pacientes de aquel mal una depilación profunda para evitar el sudor, que ya no tendrá sentido. Se había llegado demasiado lejos. En Argentina las depiladoras de entrepiernas viven un momento dulce llevándose todo por delante, mientras en otros países occidentales se ensayan formas escultóricas con la vellosidad de la zona, lucimiento de los artistas. Pero no hagan categoría de lo que cuento, no puedo presumir de estar a la última.


En asunto tan delicado, nadie debería presumir de eso. A Sade se le veía el plumero cuando mantenía que el semen del hombre huele a la flor del castaño y el botánico Linneo fue demasiado generoso al asociar el olor de la vagina femenina con el del sauco y el tilo. Con relaciones olfativas como esas ningún ser vivo del universo reparará en nosotros, terrícolas vergonzantes de nuestros peores olores. En Roma, uno de los epítetos de la diosa del amor es Venus Cloacina, que mezcla el mito de esta última diosa etrusca con la versión itálica de la Afrodita griega. El resultado visible fue una estatua al amor al lado de la Cloaca Máxima, el alcantarillado de la ciudad. Es hora de poner los pies en el suelo. Verlaine pedía en el otro “un poco de misterio y de olor”. Hagamos caso al insigne bardo, no sigamos rimando en el desierto.

© Javier Figuero ( javierfiguero.com )

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Foto: © Adán Pucel



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