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PRIMEROS AUXILIOS

En los días de aquel húmedo invierno que pasé en Buenos Aires me alojé en el Hotel Four Season, en el barrio de La Recoleta. Es de alta categoría, pero yo duermo mucho más calentito cuando lo hago sobre una leyenda y las leyendas están muy cotizadas. Originalmente fue una maison particulier, lo que en España llamaríamos chalet, pero, si lo refiero como lo hago, es por necesidad de la narración. En plena envidia arquitectónica de la ciudad por Paris, el potentado que la promovería en 1920 preguntó a su enamorada: “¿En qué época te gustaría vivir?” … Y ella, aún más ambiciosa, contestó: “En la de los castillos del Loire” … Tras de lo cual, hizo llevar arquitecto y materiales de Francia, porque lo sueños se materializan con rigor o son cosa distinta.


Estaba avisado de que el Taj Mahal era un orgasmo y, si nadie me lo notó cuando estaba frente al palacio, fue porque en Agra hace mucho calor y esa tarde no se veía un solo turista que no sudara como un cerdo. En realidad es una edificación funeraria que el emperador Shah Jahan dedicó en el siglo XVII a la memoria de Arjumand Banu Begum, su favorita, que le había dato catorce hijos, pero el amor y la muerte tiene lindes imprecisos, de ahí lo de la petite morte con que los franceses designan el climax.


Un hijo más, que aquella a su señor, le dio Salomé Alt al obispo austriaco Wolf Dietrich von Rathenau y él, para que no pasará frío, le construyó el palacio de Mirabell en Salzburgo, patrimonio de una ciudad que lo es del mundo, aunque el que veréis, si os decidís a visitarlo, es, en buena parte, reconstruido, mientras resta intacto el gran salón de mármol, ahora el de los matrimonios civiles; gran ironía. La ambientación religiosa es de lo más apropiada para la sexualidad; una de las primeras novelas que leí en mi vida la heredó mi padre del suyo, que se la llevó bajo el brazo cuando escapó del seminario. Se titulaba El Fraile y, leyendo sus andanzas, daban muchas ganas de serlo. No quiero parecer un paparazzi de la Historia, pero apuesto que os habéis paseado por el cálido Petit Trianon que Luis XVI hizo construir en Versalles en 1762 para madame Pompadour.


Como tantas disciplinas, también la arquitectura ha tenido que amputarse para descender a la vulgaridad de los tiempos y ha perdido su razón, que no era otra que amar en buenas condiciones. Para protegerse de las fieras, bastaba con la cueva. A estas alturas del otoño, mientras las galernas del Atlántico no dejan de aparecer por el noroeste, yo me muero de frío en mi casa porque la comunidad de vecinos se niega a poner la calefacción central hasta que llegue noviembre, según costumbre madrileña no escrita. Ahorran para pagar los gastos de la segunda y tercera vivienda y los estudios de los niños en California. Iluso de mí, he tratado de atraer alguna visita a mis dependencias, pero me recuerdan que no se dan las condiciones porque el riesgo de enfriamiento suma a las circunstancias virológicas que padecemos. Ante tal indefensión, trabajo en una guía de primeros auxilios para el propio uso. He dudado mucho entre una muñeca rellenable de agua caliente y de buen ver que me ofrece un sex shop on line o el ejemplar que guardo de Construir, habitar, pensar en que Heidegger refiere a la arquitectura del amor, como yo para llegar aquí. Esta noche haré la cucharita con el texto y, si me vuelvo a levantar aterido, lo tiraré a la chimenea junto con mi propio artículo, como hacía Pepe Carvallo, el personaje de Vázquez Montalbán, con los que le estorbaban para entrar en calor. La verdad, no sé de qué puede valer la literatura cuando no es capaz de calentarme.

© Javier Figuero ( javierfiguero.com )

facebook.com/javier.figuero.autor/

Foto: © facebook.com/Teo.Moreno.fotografo/

https://teomoreno.wixsite.com/fotografo


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