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SE LA PELA

En la acera que enfrenta la de mi casa lleva un par de meses instalado un hombre grande, no mal parecido y barbado que permanece de pie en una esquina todas las horas de luz natural del día, sin protegerse del frío, del sol o de la lluvia. Llegada la noche, se acuesta en el retranqueo de la puerta de la sucursal bancaria que allí se radica, donde solo puede dormir encogido. Su hora de levantarse es la de entrada de los empleados a la misma. Siempre se le ve en camiseta, aunque la gente le lleva prendas de abrigo, que coloca a lo largo de la fachada del edificio entre otras donaciones que no utilizará, pues, como Diógenes, no se trata de acumular y sí de evidenciar la inutilidad de las cosas. Nada ni a nadie pide y evita hablar con el que le habla, otra inutilidad. No parece querer que, como Alejandro al griego, le quiten el sol interfiriendo sus rayos. La policía lo visita de vez en cuando y también un par de mujeres que, en nombre de cierta organización de caridad, le ofrecen soluciones al desamparo, ante su total indiferencia.


A suficiente altura del nivel de la calle, las ventanas de mi casa son un observatorio privilegiado, pero es un tipo muy aburrido porque siempre está en la misma posición y en el mismo sitio, sin hacer absolutamente nada. Parece difícil de aceptar, pero es como lo cuento; he empleado esfuerzos y recursos en comprobarlo; sé lo que me digo. Yo mismo pensé que tendría que buscar comida y comer, responder a necesidades primarias, hacer ejercicios de Pilates, leer los editoriales de El País, mirar con lujuria a un semejante cuando le sobrepasa y no comprometiera su timidez; qué sé yo, algo. Pues, no; el día, en pie y sin inmutarse; la noche, en el retranqueo hasta que empieza la jornada laboral de los empleados del banco. Sin ser una tarea fatigosa, he pagado al portero de mi casa para que me pase informes sobre el sujeto, porque no podría abordar la generalidad de nadie y no me gusta hablar por hablar. Pues bien las curvas de actividad que me llegan al propósito son planas como una función matemática continua; ya sabéis, esas que son polinomiales, con todas sus coordenadas en el mismo dominio. Dicho de otra manera, carece de necesidades, cualidad que los filósofos cínicos identificaron con la virtud.


Aprovechando que en el Congreso de los Diputados se tramitan los presupuestos generales de la nación, la gente está saliendo ahora a la calle para preguntar lo que pasa con lo suyo. Veo por la tele un colectivo de hosteleros pidiendo en Sevilla ayudas a fondo perdido, otros que protestan en diferentes lugares del país porque les han metido en el ERTE y, no contentos con ello, quieren cobrar como si les hubieran metido en el ERTE, y hasta los hay que están en desacuerdo con que la ley contemple la subida significativa de los sueldos de los ministros y de la tropa que les asiste por serlo. Al único que veo que todo eso se la pela es al hombre grande, no mal parecido y barbado que permanece de pie en una esquina de la acera de enfrente de mi casa todas las horas de luz natural del día, sin protegerse del frío, del sol o de la lluvia. Siempre he pensado que este tipo de leyes, donde lo justo y lo injusto depende de la vulgaridad del beneficio, adolecen de un basamento filosófico. Prescindieron de la disciplina en los planes de enseñanza y la cosecha es la que es. En cierta ocasión sorprendieron a Diógenes masturbándose en una calle concurrida de Atenas y, cuando quisieron afeárselo, argumentó de esta manera: “Ojalá, acariciándome el estómago, resolviera también el deseo de comer cuando tengo hambre”. Siempre he pensado que a la gente necesitada hay que darle alternativas. La Filosofía puede ser de gran ayuda.

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Foto: © facebook.com/Teo.Moreno.fotografo/

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